viernes, 2 de febrero de 2018

SOLO Y SOLA (1987), DE VLADIMIR MAKANIN. LA SOLEDAD ERA ESTO.

Guenadi Pavlovich, de cincuenta años, es un ser solitario por necesidad, pero no por vocación. Vive su día a día en una especie de aislamiento de lo que él llama el enjambre (es decir, el resto de la sociedad), pero a la vez sufre la soledad y desearía que alguna maniobra del destino le ayudara a pasar el resto de su vida acompañado por alguna jovencita guapa y complaciente. Mientras tanto pasa sus días acudiendo a un trabajo donde hace tiempo que dejó de ser útil y el resto de la jornada la dedica a estar en casa, rodeado de libros, mientras reflexiona tumbado acerca del pasado y el futuro, curiosamente bien vestido y planchado, como si tuviera una cita con alguien en los próximos minutos. En su junventud, Pavlovich fue toda una promesa: un brillante estudiante admirado por sus compañeros y compañeras, pero su estrella fue declinando poco a poco y, sin saber muy bien por qué, fue instalándose en el estado de apatía que lo domina actualmente.

Ninel Nikolaievna vive una existencia paralela. De la misma generación de Pavlovich, es una mujer que vive la vida con la amargura de sentir que nadie la comprende, que nadie es capaz de adaptarse a su nivel de sensibilidad y exigencia ante las más nimias circunstancias de la vida. En el trabajo, todos la odian y ella tampoco hace demasiado por acercarse a sus compañeros. Cada día más aislada, sueña con el encuentro con algún hombre chapado a la antigua, caballeroso y con buenos modales, alguien que sea capaz de hacerle vivir nuevas emociones. Por supuesto, tal hombre no existe, solo es un producto de su fantasía. Pero Ninel sigue habitando su círculo vicioso sin percatarse que, en gran parte, sus problemas surgen de ella misma, de su mal carácter y sus aires de superioridad, aunque en el fondo, las pocas personas que la conocen bien sepan que es una buena persona:

"Ninel Nikolaievna, indefectiblemente, ataca, se enfrenta con todo el que es bueno con ella. Además, los ataques y las quejas que intercala no son simplemente un rasgo femenino sino su estado de espíritu. Quiere que se la comprenda con mayor profundidad. Lo ideal para Nina sería no sufrir por causa de la soledad sino por causa de circunstancias externas; y sus circunstancias habrían de ser duras, complicadas y dignas de ella, de Nina. No quiere ser una persona. Quiere ser un personaje."

Con este argumento, situado en el Moscú de los últimos años ochenta, Makanin podría haber escrito una historia de amor entre dos seres solitarios que se reconocen como hechos el uno para el otro, pero al novelista ruso le interesa mucho más la introspección psicológica de dos personas que, consciente o inconscientemente, viven gran parte de su existencia al margen de sus semejantes, construyendo un mundo propio siempre a punto de desmoronarse. Es curioso que el narrador sea un tal Igor (del cual no sabemos demasiado) que conoce por separado a Ninel y a Guenadi, que en un determinado momento intente hacer de celestino, pero que sus intenciones fracasen indefectiblemente. Una cosa es el anhelo de estos dos seres de no estar solos y otra es el choque con la realidad: la compañía del otro es siempre fuente de frustraciones en gente tan perfeccionista y tan cerradas en sí mismas. Aunque resulte penoso, lo mejor para ambos sería aceptar su destino en soledad.

La capital soviética aparece en la narración como un personaje más. Una ciudad limpia y funcional, pero también deshumanizada, tan fría como esas grandes avenidas vacías en las tardes de invierno. Es interesante constatar también que la novela de Manakin se mueve entre el realismo tradicional y un experimentalismo con vocación de rompedor, sobre todo porque, todavía en los ochenta, muchos de los clásicos del siglo XX más vanguardistas apenas habían llegado a las librerías de Moscú.  

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