domingo, 19 de junio de 2016

LA TARDE DE UN ESCRITOR (1987), DE PETER HANDKE. LAS ENSOÑACIONES DEL PASEANTE SOLITARIO.

Es indudable que un buen paseo, cuando dicha actividad se practica por el mero placer de caminar, tiene un efecto terapeútico. La realidad se muestra ante nuestros ojos repleta de detalles que jamás advertimos cuando nos dirigimos apresuradamente a nuestras ocupaciones.  Y entonces se activa nuestra atrofiada capacidad de asombro. Una flor, el vuelo de un insecto o las complejas construcciones humanas de pronto son enigmas incomprensibles, dignos de una reflexión profunda. El paseo se transforma, inopinadamente, en una actividad filosófica. El mundo al atardeceder se ha convertido en un lugar extraño, fascinante y un poco aterrador. 

Para un escritor, cuya labor fundamental es explicar ese mundo, puede ser terrorífico sentir que la realidad no puede ser explicada con palabras, especialmente en el caso del protagonista, que perdió el uso de las mismas durante algunos meses. Lo que es cierto - y esto también se reflexiona durante este delicioso deambular sin rumbo - es que el hecho de que se haya convertido en un ser solitario puede ser una consecuencia inevitable de su constate colonización de otras realidades, pero también constituye un fracaso existencial sin paliativos:

"Y estando así las cosas, ¿quién podía remitirse al hecho de ser artista y llevar dentro un universo interior? A ese tropel de preguntas hizo frente con la siguiente respuesta: Ya en el hecho de aislarme y hacer mi vida aparte para poder escribir —¿cuántos años hacía ya de ello?—, reconocí mi derrota como persona adscrita a una sociedad; yo mismo me excluí de los demás para el resto de mis días. Y aunque siga aquí sentado hasta el final entre la gente, y me saluden, me abracen y me hagan partícipe de sus secretos, yo nunca seré uno de ellos."

Las contradicciones de este escritor: estar condenado a ser un cronista veraz de la vida social sin formar realmente parte de ella. ¿Es esta una condición necesaria para ser objetivo o más bien un lastre a la hora de crear historias fidedignas? Cuestiones difíciles para alguien que ha triunfado en su profesión, pero que en el fondo arrastra un pozo de inseguridades que se agita en su interior a la vez que camina. Quizá la condición del intelectual sea fascinante, pero también es indudablemente tormentosa. Todas las preguntas acuden al mismo tiempo, preguntas que necesitarían una eternidad dedicada a la reflexión para ser respondidas. Incluso el fruto de su trabajo le suscita dudas:

"Pero ¿qué quería decir «obra»? Una obra era algo en que el material casi no era nada y el ensamblaje casi todo; algo que, estando parado y sin una inercia especial, estaba en movimiento, cuyos elementos se mantenían mutuamente en el aire, algo abierto, abordable a cualquiera y no desgastable con el uso."

Para el escritor creado por el escritor Handke la gran pregunta es si al estar viviendo la tarde asimilando tantos hechos nimios que se desarrollan delante de sus ojos (o imaginándolos), está experimentando el presente o en realidad se está apartando del mismo. ¿Qué es el presente? ¿cómo debe interpretarse lo que sucede en este mismo instante, con un análisis profundo y que puede llegar a ser casi infinito o asimilándolo sin más? Lo mejor que puede hacerse en estos casos es volver a la cotidianidad más prosaica, es decir, seguir viviendo, después de un día en el que no ha sucedido nada especial, pero se ha experimentado todo:

"A pesar de que no había sucedido nada extraordinario, él se sentía como si ese día ya hubiera vivido lo suficiente y tuviera asegurado el mañana. Hoy no le era menester ningún accesorio: ni una mirada ni una conversación y menos aún una novedad. Sólo descansar, cerrar los ojos y no escuchar; no hacer otra cosa que respirar."

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