jueves, 23 de julio de 2015

FOXCATCHER (2014), DE BENNETT MILLER. SUEÑOS DE SUPREMACÍA.

Si durante el siglo XVI español, el de los sueños imperiales, existian aquellos a los que se denominaba cristianos viejos, la clase social más respetada, en los Estados Unidos de los ochenta, al amparo del conservadurismo de Reagan, floreció como nunca una especie de aristocracia de familias que habían estado forjando su fortuna durante décadas. John Du Pont es un perfecto representante de estas élites, el último representante de una estirpe que se hizo rica en la fabricación y venta de armas, que quiere ser llamado "el águila dorada de América". Desde el primer instante, intuimos que la familia de Du Pont no solo está revestida de dólares, sino que cuenta con un rancio abolengo que le permite de manera natural ejercitar una gran influencia política y social. Son el vivo ideal del sueño americano y quienes se relacionan con ellos los tratan con veneración, como cegados por el fulgor que emana de sus personas.

En realidad, de la estirpe de los Du Pont solo quedan madre e hijo. Se nota que existe una relación de amor-odio entre ellos. La anciana impide que su hijo se sienta un ser pleno, criticando la mayor parte de sus iniciativas, sobre todo las que tienen que ver con una de sus grandes aficiones, la lucha greco-romana. En este sentido, John Du Pont desea desarrollar una de las múltiples facetas de su sentido del patriotismo patrocinando al equipo nacional, captando para su causa al medallista olímpico Mark Schultz, otro ser que vive a la sombra de un familiar, en este caso su hermano. La relación que se establece entre John y Mark podría ser definida como paterno-filial, si no fuera por la actitud inquietante del primero, su seriedad, su humor cambiante. Hay algo extraño en Du Pont, pero el brillo de la riqueza es capaz de ocultarlo todo.

Foxcatcher representa a una forma de entender el cine pausada, que se toma su tiempo para narrar la historia y, para describir a los personajes, sugiere más que muestra. Aunque está basada en hechos reales, se nota que Miller ha realizado su propia interpretación de estos hechos para hablar de lo que le interesa: los poderes ocultos de una América que se han manifestado en todo su esplendor en los tiempos actuales con el auge de la ideología neocon. Para esta gente, no importa tanto el bienestar de los ciudadanos como el honor de la patria y el fomento de sus propios valores, que representarían la decencia de su manera de entender el sueño americano. Por eso el prestigio olímpico equivale a la superioridad armamentística de los Estados Unidos: ambos conceptos pueden ser percibidos como un orgullo para el país, ambos se venden primorosamente envueltos en la bandera de las barras y estrellas. La turbadora mirada de John Du Pont (un magnífico e irreconocible Steve Carell) resume todas las ambigüedades y objetivos ocultos de un patriotismo que al final puede devenir en un deseo totalitario de supremacía. Y todos sabemos que dicha supremacía equivale al gobierno de los ricos, a la simulación de la democracia.

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