domingo, 8 de junio de 2014

X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO (2014), DE BRYAN SINGER. LA UCRONÍA MUTANTE.

Recuerdo que Días del futuro pasado fue una de las primeras historias que leí del género de superhéroes, un tipo de cómic que, bruscamente, empezaba a hablarme del mundo adulto. A partir de ahí me olvidé de Mortadelo y Filemón, de Zipi y Zape, de Spiderman, de Superlópez y de los diversos héroes a los que me acercaba en mi infancia. Los mutantes me fascinaron como un concepto nuevo y rompedor. Eran héroes y a la vez contaban con una gran variedad de defectos humanos. Con ellos empecé a intuir que en el mundo real las victorias de los buenos eran efímeras y que el futuro podía ser aterrador, puesto que la vida no era más que una eterna lucha hobbesiana de todos contra todos en la que nadie podía sentirse seguro. Todos estos conceptos fueron empleados por Chris Claremont y John Byrne para crear una serie de historias memorables. Dos destacan por encima de todas ellas: la saga de Fénix Oscura (que fue adaptada de manera parcial y fallida en la tercera parte de X-Men) y Días del futuro pasado, un arco argumental que en solo dos números ponía patas arriba el universo mutante, enriqueciéndolo con noticias de lo que podía ser su escalofriante futuro. Decir que esta historia influyó poderosamente en la concepción de la saga Terminator, habla elocuentemente de su calidad imaginativa.

Como no podía ser de otra manera, he vuelto a repasar estos dos números al día siguiente de haber disfrutado como un niño de la adaptación de Singer. Aunque hay en ella una pequeña concesión final para la esperanza, su hilo narrativo es tan sombrío como las historia de ciencia ficción más oscura. En ella los estudiantes de Xavier tienen una revelación del que puede ser un futuro en el que los portadores del gen mutante son exterminados de una manera similar a la que los nazis emplearon con los judíos. Los supervivientes se organizaban en una frágil resistencia cuya única esperanza consistía en enviar a Kitty Pryde al pasado para intentar evitar el hecho que desencadenaría los sucesos que culminarían en el holocausto mutante, evento que, curiosamente, en el cómic sucedía en el año 2013, un futuro muy remoto allá por el principio de los años ochenta, cuando fue editado.

Para concebir la que tenía que ser la aventura cinematográfica de los mutantes más espectacular hasta la fecha, Bryan Singer debía partir del particular universo que se ha ido creando en los años precedentes, de cuyo éxito él fue su principal artífice, sobre todo con la perfección formal y argumental (el filme hablaba, entre otras cosas, de la fragilidad de nuestros derechos civiles) conseguidas con X-Men 2. Pero su mayor influencia para abordar estos Días del futuro pasado ha sido una obra que no es suya: la excelente X-Men, primera generación, de Matthew Vaughn, que sabía sacarle partido a la datación temporal de la historia en los años sesenta, utilizando para ello, como momento culminante, la crisis de los misiles de Cuba. En esta ocasión realizamos un salto temporal de diez años: los protagonistas han evolucionado cada uno a su manera. El profesor Xavier no es más que un ser drogadicto y borracho, amargado por el fracaso de su escuela, en la que solo permanece un alumno. Mientras tanto, Magneto ha sido capturado, acusado de asesinar al presidente Kennedy y ha sido confinado en una prisión perfecta para él situada en las profundidades del Pentágono. Mientras tanto, en el futuro, los mutantes están siendo exterminados por unos robots creados por el gobierno estadounidense: los Centinelas. Los supervivientes deciden enviar a Lobezno a los años setenta, para tratar de evitar el evento que dará lugar a esta ucronía mutante.

Así pues, la película está dividida en dos escenarios: el principal, con Lobezno intentando unir al profesor Xavier y a Magneto en una lucha común y el secundario, no menos importante, pero que ocupa menos metraje en su función de aportar tensión - y de qué manera - a la misión del personaje interpretado por Hugh Jackman. Son dos los elementos que hacen de X-Men: días del futuro pasado, una obra maestra del género: por un lado la calidad de sus intérpretes y el sabio uso que hace Singer de cada una de sus intervenciones. Y por otro el magnífico guión que, partiendo de las ideas originales de Claremont, realiza un perfecto ensamblaje con el resto de la saga y soluciona de manera radical los problemas de continuidad que muchos aficionados habían detectado entre algunas películas. El director ha dosificado sabiamente la cantidad justa de acción, emoción y guiños a los fans de toda la vida, aportando ideas excelentes, como mostrar algunas escenas desde el punto de vista de los testigos, que ruedan la aparición de seres superpoderosos en París con sus cámaras Superocho. Además, también reserva un hueco para el sentido del humor, simbolizado en el personaje de Mercurio, que llena la pantalla en su breve y espectacular aparición. Tampoco tengo que olvidar hacer una mención especial al trabajo de Michael Fassbender: su Magneto es sencillamente perfecto, la viva expresión de la ambigüedad y de la doble moral.

En definitiva, X-Men, días del futuro pasado es la obra perfecta para los que crecimos leyendo cómics de mutantes y sentimos nostalgia de las emociones que nos transmitían aquellas historias, que nos preparaban para los sinsabores de la vida adulta. Es todo lo que una película de género fantástico de gran presupuesto debe ser: cuidadosa en el retrato de sus personajes, modélica en sus escenas de acción y emocionante en sus momentos clave. Personalmente no solo asistí al espectáculo que ofrecía la pantalla, sino que además no pude evitar fijarme en los gestos y convulsiones que protagonizaba el muchacho que se sentaba a mi derecha cada vez que el filme ofrecía alguna escena importante. Sufrimiento y emoción en estado puro. Ojalá Bryan Singer se siga ocupando de la saga en un futuro que se prevé muy interesante (los entendidos, que no se pierdan la escena post-créditos).

No hay comentarios:

Publicar un comentario