jueves, 24 de abril de 2014

UTOPÍA, HISTORIA DE UNA IDEA (2011), DE GREGORY CLAEYS. SUEÑOS Y DELIRIOS DE LA RAZÓN.


"Un mapa del mundo que no incluya a Utopía no merece la pena ni mirarse". Así se expresaba Oscar Wilde hace más de un siglo. Desde entonces la idea de la creación de una sociedad utópica ha permanecido entre nosotros, aunque no con tanto fervor como antaño, ya que en el siglo XX hemos comprobado como a veces el sueño utópico engendra la más terribles pesadillas. Una de las más fascinantes peculiaridades del ser humano resulta ser el hecho de que casi nunca se conforma con su suerte, siempre anhela mejorar, ya sea colectiva como individualmente. La utopía es esa tendencia a la perfección. Las religiones se han aprovechado de esto y han cumplido su función social domesticando al ser humano con la promesa de una existencia maravillosa tras la muerte. A veces - muy pocas, todo hay que decirlo - son los mismos miembros de la religión las que intentan crear el cielo en la Tierra, como sucedió con las efímeras misiones jesuitas en Paraguay. Cuando el credo religioso empieza a transformarse en credo cívico, se comienzan a elaborar utopías más auténticas. Casi siempre se producen en el terreno teórico y unas pocas van a ser llevadas a la realidad, con resultados dispares.

Hay que recordar que el término utopía surge a través del éxito de un escrito de Tomás Moro. En su libro se describe la visita a una isla en la que se ha fundado un Estado con un régimen totalmente distinto a los conocidos en Europa, pues se basa en la felicidad de sus ciudadanos y en la moderación de sus deseos, lo que tiene como resultado una convivencia pacífica y cooperativa. La obra de Tomás Moro debería leerse más y debería reflexionarse sobre ella. Se trata de un intento de descripción de la sociedad ideal, al que siguieron muchos otros. En cualquier caso, el momento más interesante es el siglo XIX, cuando se intentan llevar a la realidad muchas de estas ideas filosóficas. Casi todas estos pequeños experimentos sociales terminaron fracasando, ya que se basan, como el de Moro, en un bienestar general e igualitario. El egoísmo humano, la ambición por ser más que los demás, casa bastante mal con esto y acaba escapando de su prisión. Es bueno mencionar que algunos gozaron de años e incluso décadas de éxito. Como ejemplo puede citarse la aldea fabril que Robert Owen fundó en New Lanark, Escocia, en la que se impulsó un modo de vida digno para los obreros, basado en salarios altos, educación, fondos para enfermedad y vejez y democracia interna. Se trataba de una isla de dignidad en una época en la que la explotación al obrero alcanzó las cotas más infames.

El siglo XX es la época de las distopías. Si el comunismo era una idea esperanzadora, su puesta en práctica engendró la peor de las pesadillas en la Unión Soviética, que acabó convirtiéndose en un Estado totalitario que aplastaba los derechos básicos de sus ciudadanos, por mucho que mejorara sus condiciones de vida en muchos aspectos. Otras distopías aún más siniestras surgieron con el auge del fascismo y el nazismo, que pretendían fundar sociedades basadas en el triunfo darwinista de los más fuertes. A finales de siglo pareció llegarse a un fin de la historia, con el triunfo final del capitalismo liberal. Actualmente padecemos una especie de sociedad utópica neoliberal, basada en una simulación de democracia, en la que las decisiones se toman en ámbitos opacos para el ciudadano. Es la utopía de los ricos, que no comparten beneficios, evaden impuestos, pero socializan sus pérdidas. Pero la historia es siempre cambiante. Hay que aprender de los errores del pasado. El ser humano no puede renunciar a utopías más justas, pues sería como renunciar a los sueños. Desde mi punto de vista lo mejor sería hacer realidad los derechos constitucionales que actualmente son papel mojado y llevar la democracia participativa a ámbitos ciudadanos más pequeños. Pero todo esto debería ir acompañado con planes de educación orientados sobre todo a los colectivos más desfavorecidos. En todas estas ideas, la utilización sabia de las nuevas tecnologías tendría mucho que decir. El mismo Claeys se expresa así al principio del ensayo:  

"Por tanto la utopía no es el ámbito de lo imposible. En el reino del mito casi todo es posible. Y en la religión expresada en el lenguaje del apocalipsis, de la salvación y la emancipación, del final, lo definitivo, lo perfecto, lo acabado, lo total, lo absoluto, casi todo es posible. Pero la utopía explora el espacio que hay entre lo posible y lo imposible. Por mucho que, hay que reconocerlo, haya estado con frecuencia impregnada de un deseo de algo definitivo y absoluto, de perfección, la utopía no es en este sentido "imposible", ni tampoco está "en ninguna parte". Ha estado "en alguna parte" en muchos momentos de la historia, incluso antes de que existiera el concepto mismo. Es un lugar en el que hemos estado y del que a veces hemos huido, y un lugar todavía ignoto que aspiramos a visitar. Sin él, la humanidad nunca habría avanzado en su lucha por mejorar. Es una estrella polar, una guía, un punto de referencia en el mapa común de una búsqueda eterna de la mejora de la condición humana."

Utopia, historia de una idea, es uno de esos libros que son a la vez una pequeña obra de arte. Repleto de ilustraciones, es un perfecto instrumento de reflexión sobre el eterno anhelo humano por mejorar. Además, es uno de esos libros que son capaces de suscitar el deseo de leer otros. Cada capítulo es como una abundante bibliografía con la que profundizar en un tema tan fascinante. Yo ya he empezado a hacerlo con la distopía El cuento de la criada, de Margaret Atwood.

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