jueves, 6 de febrero de 2014

AL MORIR DON QUIJOTE (2004), DE ANDRÉS TRAPIELLO. LA HERENCIA DEL HIDALGO.

A veces me sorprendo cuando algunos compañeros y compañeras de los clubes de lectura en los que participo se echan a temblar ante la sola idea de leer el Quijote. Yo recuerdo que la primera vez que tuve que hacerlo, en el instituto, mis sensaciones fueron parecidas, pero bastaron un par de capítulos para darme cuenta de que lo que tenía entre las manos no era una novela convencional, sino una obra divertidísima, dotada de un lenguaje prodigioso y, lo más sorprendente de todo, muy adictiva. Salvo un par de novelas insertas por Cervantes, que encajan muy mal con el resto de la narración, leer el Quijote es quizá la experiencia suprema a la que puede someterse un aficionado a la literatura. Y no basta con leerlo una sola vez. Cuando acompañamos a Alonso Quijano en sus aventuras, tan ridículas como sublimes, no queremos que terminen nunca. Como es de ley que los libros tengan un final, el único remedio que nos queda es volver al principio:

"La visitación de un libro que ya hemos leído, (...) nos produce placeres que la primera vez se nos vedaron, como volver a una ciudad ya conocida o regresar, tras un largo viaje, a la casa nativa. La primera vez va uno atento a no perderse, y la atención, demasiado aguda, nos estorba el deleite de callejear, perderse, detenerse, entrar o salir sin ningún concierto. El regreso nos reserva, de ese modo, los más sutiles goces."

Esta idea, del delicioso pasatiempo que supone leer a Cervantes, está muy presente en la narración de Andrés Trapiello, un homenaje a la obra suprema de las letras castellanas, que causó cierta polémica cuando fue publicada. Al morir don Quijote está concebida como una especie de juego literario. El escritor leonés toma el relevo de Cervantes y nos ofrece nada menos que la tercera parte de la obra. Partiendo de la muerte del hidalgo, ya cuerdo y confesado cristianamente, Trapiello se centra en los personajes secundarios, sobre todo en el ama, la sobrina, Sansón Carrasco y Sancho y así construye una novela ciertamente irregular, pero a ratos apasionante. El experimento no parece empezar con buen pie, puesto que se recrea demasiado, en la primera mitad de la obra, con las consecuencias de la muerte de don Quijote: la ruina de su hacienda y el gran vacío que deja en su casa. 

Por contra, la siguiente mitad es mucho más interesante: mezclándose en la propia lógica de la obra, realidad y ficción a la manera cervantina. Además, nos enteramos de que la iniciativa de don Quijote ha tenido tanto éxito que decenas de nuevos caballeros andantes han tomado su ejemplo y andan por los caminos, como frikis de hace cuatro siglos. Lo mejor llega cuando es Sancho el que toma las riendas de la historia, un Sancho ya muy quijotizado, que diviniza la locura de su antiguo amo y quisiera que todo volviera atrás para verse de nuevo con él en los caminos. ¿Cuál es la mejor manera de recrear todo eso? Aprender a leer y así volver a vivir su propia historia, que anda impresa por todos los rincones del reino con gran éxito. Sancho Panza lee y se enorgullece de ser un personaje literario, disfruta reviviendo lo ya vivido y a veces se indigna, ya sea porque el escritor no es lo suficientemente veraz, ya sea porque descubre algunas burlas de las que era objeto y de las que no era consciente. Si la literatura es la verdad en las mentiras, en su caso pasa a ser el complemento de su propia verdad. Lo que sí que aprende enseguida es a amar la letra impresa:

"Un libro, si es bueno, te defiende, mantiene lejos al indiscreto y al intruso; y sobre todo, un libro te da la mejor compañía en los momentos de soledad, melancolia y tedio por los que todos atravesamos, y a diferencia de los amigos un libro, como un perro, se quedará a tu lado todo el tiempo que tú lo precises. Por eso, si un libro no te hace falta y ya no vas a disfrutar de él, lo mejor es darlo a otro o dejar que se vaya, porque lo que se dice del agua, puede decirse también de los libros, a saber, libro que no has de leer, déjalo correr."

Qué difícil era conseguir libros allá por el siglo XVII, cómo se celebraba la llegada de uno y como se compartía en lecturas colectivas... El ingreso de Sancho en la cofradía de los lectores, el mejor legado que le ha dejado don Quijote, le hace acreedor inmediato de la ansiedad del amante de las letras, que tiene algo de una sed eterna de nuevas emociones, de nuevos títulos, de trabajar como un nuevo Sísifo conquistando nuevas cimas, para enseguida bajar y volver a emprender el camino a otra montaña, con la fe de un nuevo converso. Pero él, a diferencia del personaje mitólogico, acomete la labor con un placer que es percibido por su mujer como una especie de brujería. Su esposo es un hechizado. Un hechizado por un virus incurable, el mismo virus que ha enfermado a Trapiello hasta el punto de que se le ha ocurrido sentarse y escribir la tercera parte del Quijote. Quizá simplemente porque quería saber que sucedía después. Algo que nos preguntamos todos los lectores cuando terminamos cualquiera de esas novelas que nos hacen salir temporalmente del mundo cotidiano.

2 comentarios:

  1. Oye, me ha gustado mucho tu reseña. Eso no te lo digo siempre (y no quiere decir que las otras veces me parezca mal. Nada que añadir.

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  2. Muchas gracias. La verdad es que, como sabes, al principio se me atragantó el libro, pero al final me ha acabado agradando bastante.

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