lunes, 20 de enero de 2014

LA CAZA (2012), DE THOMAS VINTERBERG. INSTINTO DE PROTECCIÓN.

El otro día, un buen amigo y compañero del club de lectura de la Biblioteca Provincial apuntaba que los únicos crímenes que no se pueden perdonar son los que se cometen contra los niños. Al mismo Jesucristo se le atribuye esta frase terrible: "Al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar". El protagonista de La caza es un padre divorciado que trabaja en una guardería en un idílico pueblo nórdico, donde parecen existir sólidos lazos en su pequeña comunidad. Lucas es un hombre pacífico cuyo único anhelo es pasar más horas con su hijo. Aparte de eso, parece alguien en paz consigo mismo y perfectamente intregrado en la vida comunal. Toda esta realidad se hará trizas cuando una de las alumnas de la guardería, estimulada por unos vídeos que ha visto fugazmente en la tablet de uno de sus hermanos, pronuncie unas palabras acerca de Lucas, mezclándola con los comentarios que ha oído a sus hermanos. De repente el protagonista ha pasado a ser un monstruo, alguien ajeno a la humanidad que debe ser expulsado urgentemente de la misma. Otros opinan más bien que debe ser destruído pues, como ya he dicho, ha dejado de pertenecer a la comunidad de los hombres.

La caza es una película dura y seca. Tan fría como la temperatura del pueblo nórdico donde se desarrolla, filmada en ocasiones casi como si de un documental antropológico se tratara. El comentario inocente de una niña se convierte de pronto en una dolorosa realidad y la noticia de que Lucas no es el amable vecino que parecía ser, sino un temible pederasta se extiende como la pólvora por todo el pueblo. Los niños no mienten, por lo tanto las palabras de un ser inocente deben ser tomadas literalmente. Los otros padres que tienen a sus hijos en la guardería los interrogan y concluyen que ellos también han sido objeto de abusos. Las sospechas se convierten en certezas en la psique colectiva y se desata una auténtica caza de brujas contra el monstruo depravado que se enmascaraba detrás de un rostro humano. 

La inocencia de los niños mezclada con el lógico instinto de protección humano pueden llevar implícito el infierno. Al final casi no importa si el crimen se ha cometido o no. El mero hecho de su posibilidad es ya lo suficientemente horrible como para justificar un acoso colectivo, como si hubiera que limpiar la suciedad que inesperadamente ha inundado el pueblo. Por mucho que la policía no encuentre suficientes indicios como para justificar una detención, por mucho que Lucas se esfuerce en hacer comprender la verdad a sus vecinos, la mancha en su frente es ya imborrable. Vinterberg nos regala con alguna de las imágenes más estremecedoras que se han podido ver en mucho tiempo en una sala de cine, sobre todo porque tiene la habilidad de implicar emocionalmente al espectador sin manipularle. Nada de esto sería posible sin la espléndida interpretación de Mads Mikkelsen, que en muchos tramos del metraje tiene que sostener por sí solo la progresión dramática de la película. Si bien el guión no es perfecto - precisamente la parte a la que hace referencia su título, que sirve para justificar la escena final es lo más endeble del mismo - La caza es una propuesta muy estimulante, que da una nueva vuelta de tuerca al tema del falso culpable y es con justicia una de las candidatas al Oscar a mejor película extranjera este año. 

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