viernes, 7 de junio de 2013

TROPA DE ÉLITE (2007), DE JOSE PADILHA. VIGILAR Y CASTIGAR.


Resulta curioso que uno de los protagonistas de Tropa de élite, un policía que oculta su profesión ante sus compañeros, acuda a la facultad de derecho como alumno y realice un trabajo acerca de Vigilar y castigar, de Michel Foucault, el ensayo que estudia la evolución de las penas desde la Edad Media y como la vigilancia continua y la imposición de hábitos al delincuente parecen ser soluciones para su redención. Como el panóptico que ideó Bentham, las favelas son un espacio cerrado sobre sí mismo sometido constantemente a vigilancia por las fuerzas del orden. Sus habitantes nunca pueden saber cuando están siendo observados, cuando la policía va a caer sobre ellos saliendo de la nada (la especialidad de las tropas de élite que dan título a la película), por lo que los que se dedican al narcotráfico deben crear un sistema de contravigilancia, formado por niños apostados en puntos clave del laberinto de las favelas para tratar de avisar con bengalas cuando se produzcan estas incursiones. 

José Padilha retrata la vida cotidiana en las zonas más miserables de Río de Janeiro como una guerra permanente de todos contra todos, en la que la única forma de coexistencia consiste en una frágil tregua tácita por la que se consiente una presencia policial testimonial bajo control de las bandas (una de las denuncias más claras del film es que los policías convencionales tienen un sueldo tan escaso que han de complementarlo con los sobornos que les ofrecen los narcotraficantes). El frágil equilibrio de este ecosistema va a cambiar cuando el papa anuncie su intención de alojarse cerca de las favelas en uno de sus viajes a Río de Janeiro, lo que hará intervenir a la incorruptible unidad de élite de la policía, una institución de carácter fascistoide cuyo afán es cumplir las órdenes usando cualquier método que estime conveniente, entre ellos la tortura. No hay más que contemplar sus métodos de entrenamiento, aún más brutales que los del sargento Hartman de La chaqueta metálica.

Tropa de élite no es una narración de carácter moral. Padilha se limita a retratar las realidades más dolorosas de un país en el que sigue existiendo una muy estratificada división entre clases sociales. Los hijos de los burgueses lavan su conciencia acudiendo a la favela en representación de una Ong (con permiso de los narcotraficantes, los amos de la zona), pero aprovechan para consumir y traficar a pequeña escala. Mientras tanto, la policía de élite ejecuta su cruzada contra las drogas a sangre y fuego, sin importar las víctimas colaterales (niños incluidos) que va dejando en su camino. Un infierno de violencia y muerte del que no se puede salir, en el que los habitantes más pobres de Brasil deben tomar partido a favor de los delincuentes si quieren sobrevivir en el día a día y donde las autoridades del Estado son el enemigo. ¿No sería una solución más inteligente que ese mismo Estado asumiera el papel de los traficantes y afrontara esa responsabilidad? La película solo muestra las consecuencias de la política ciega que se ha seguido durante décadas y sus escenas de violencia, que recuerdan en ocasiones a las de Black Hawk derribado, de Ridley Scott, son un testimonio crudo de una realidad opresiva que sigue golpeando en el país del futuro, del que hablaba Stefan Zweig.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario