martes, 16 de abril de 2013

DIARIO DE UN HOMBRE SUPERFLUO (1850), DE IVÁN TURGUÉNEV. LA VIDA: INSTRUCCIONES DE USO.


Observo distraídamente la reseña que dediqué hace año y medio a Padres e hijos, de Turguénev y leo con estupor que me comprometía en breve a seguir leyendo el volumen de este autor que tengo en mi estantería. Seguramente era un propósito firme y en la actualidad sigue siéndolo, pero en las lecturas, como en la vida, las prioridades van cambiando a un ritmo mucho más vertiginoso del que podemos advertir. En cualquier caso, la casualidad ha hecho que vuelva a este autor ruso, venerado en su país como uno de los grandes y desgraciadamente bastante olvidado en España, aunque sus obras siguen editándose, a veces en ediciones tan dignas como ésta de Diario de un hombre superfluo a cargo de Krk, que contiene un prólogo de Ágata Orzeszek que al lector le resulta casi tan imprescindible como la obra principal.

El hombre superfluo de Turgueniev es todavía joven, pero está viviendo sus últimas horas a causa de una enfermedad, así que escribe un diario a modo de distracción una crónica de su propia vida, aún sabiendo que la misma carece de importancia. Hijo de una familia acomodada venida a menos, el principal anhelo de Chulkaturin es aprender cual es su función en la vida, saber cual es su propósito respecto a los demás y respecto a sí mismo. Chulkaturin es uno de esos seres transparentes, pero no por la sinceridad de sus palabras, sino por la invisibilidad de sus actos. Es como si la vida tuviera unas instrucciones de uso y él fuera incapaz de entender las palabras del prospecto, que son claras para todos los demás. Aún viviendo en un pueblo pequeño, donde todos se conocen, el protagonista es un ser poco relevante y él no comprende el porqué. Siendo un ser humano, el enamoramiento es una pasión de la que no está exento, aunque en su caso tiene como fruto el sufrimiento y el ridículo, no el placer.

Diario de un hombre superfluo tiene mucho de literatura existencialista, es el discurso (que ni siquiera llega a grito, quizá por pereza) del ser humano que pasa por el mundo sin pena ni gloria, sin grandes ambiciones y sin saber disfrutar siquiera de los placeres pequeños. Su única posibilidad de felicidad, el amor correspondido, pasó de largo y ni siquiera le corresponden las cenizas de una mujer desengañada, por la que incluso llegó a batirse en un ridículo duelo. Pero todo esto carece de importancia: el hombre superfluo abraza la muerte con la indiferencia de quienes saben que no van a dejar huella alguna en el mundo. Hay que partir una lanza a favor de Chulkaturin: hay pocos personajes que, aun siendo protagonistas, resulten tan poco egocéntricos y más bien representen la antítesis del egocentrismo. En el fondo, Chulkaturin es el retrato de todos y cada uno de nosotros sin el uso de los espejos deformantes con los que manipulamos nuestra propia imagen.

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