domingo, 20 de enero de 2013

YERMA (1934), DE FEDERICO GARCÍA LORCA. INSTINTO DE MATERNIDAD Y DE MUERTE.


Lorca, que empezó a concebir esta obra en 1933, quería escribir sobre una mujer estéril y sus tormentos, por sentirse inferior a las otras, que son madres con toda facilidad, que tienen una misión en el mundo, en suma. Para Yerma, una mujer que no es capaz de tener hijos (ella misma), es un ser incompleto. La intensidad de su deseo está presente continuamente en su discurso:

"Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero eso es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos y cuando no los tienen se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí."

Yerma se pasa casi toda la obra alimentando la esperanza de que su hijo finalmente vendrá. El personaje de su marido es extraño, porque casi se alegra de la situación, y sólo piensa en prosperar económicamente, por lo que no tener bocas adicionales que alimentar le viene muy bien a corto plazo. Lo raro es que no pensara, como la mayoría de la gente del campo de aquella época, que un hijo le vendría bien en el futuro, para ayudarle en las tareas cuando comenzaran las fatigas de la edad. De todas maneras, hay que romper una lanza en su favor, pues es un ser con los pies mucho más en la tierra que su esposa, a la que su obsesión acaba fanatizando y casi enloqueciendo. Es casi como si ya hubiera conocido a su futuro hijo pero no lograra traerlo a la existencia. Yerma acaba desinteresándose de su propio destino si no es en relación con este futuro ser: cualquier sufrimiento es pequeño si conlleva tener algún día a su hijo en brazos, aunque este acabara aborreciéndola:

"Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila, y óyelo bien y no te espantes de lo que te digo: aunque ya supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón."

El último acto de Yerma es el más insólito y también el más terrible de una obra marcada por numerosas imágenes simbólicas. Es como si se unieran las fuerzas cristianas y paganas de la sinrazón en la culminación de una tragedia que se ensaña con una víctima inocente, como si su presunta deshonra pudiera lavarse con un crimen. La mujer que está imposibilitada de otorgar vida, no lo está para sembrar la muerte.

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