domingo, 8 de julio de 2012

FREUD, PASIÓN SECRETA (1962), DE JOHN HUSTON. UN MÉTODO PELIGROSO.


Para que la ciencia avance, para que abra nuevos e insospechados caminos, tienen que darse ciertas circunstancias. La primera y más importante es que los gobernantes fomenten, o al menos no obstaculicen, el progreso científico. Cuando las supersticiones religiosas invaden la existencia, esto no es posible. Muchos innovadores que se atrevieron a pensar de manera independiente acabaron en la hoguera. Afortunadamente, este no fue el caso de Freud. Sus teorías podían provocar el escándalo o aún la risa de sus colegas, pero nunca se le impidió seguir con sus investigaciones. Como bien cuenta Stefan Zweig, la Viena anterior a la Primera Guerra Mundial fue un paraíso para las artes y la ciencia. Los tambores de guerra llevaron de nuevo la irracionalidad a centroeuropa. El periodo de entreguerras fue un espejismo, puesto que el antisemitismo y la conquista nazi acabaron con todo atisbo de la Viena esplendorosa de finales del XIX.


El comienzo de la película ya nos predispone hacia un determinado estado de ánimo: los descubrimientos científicos no siempre son complacientes con el orgullo del ser humano. Copérnico estableció que la Tierra no era el centro del universo, Darwin probó que el ser humano no era más que un animal evolucionado y Freud concluyó que el hombre ni siquiera era dueño de la totalidad de sus procesos mentales, un descubrimiento éste que, a pesar de haberse realizado en un clima cultural favorable. Aquí Freud es todavía un joven e inseguro médico que, fascinado por los métodos de hipnosis practicados en Francia por Charcot, comienza a investigar la neurosis, la enfermedad maldita que en la Edad Media se había asociado a la brujería y en aquellos años se estimaba propia de farsantes. Su investigación le va a ir ofreciendo resultados tan sorprendentes como inquientantes: la vida del ser humano no termina en sus pensamientos conscientes, sino que existen experiencias reprimidas, en muchos casos traumáticas, que hay que dejar aflorar para permitir la curación del paciente. El hecho de que casi todas ellas, según concluyó Freud, tengan que ver con la sexualidad, causó un gran escándalo en la comunidad científica, en una época en la que, pese a los avances sociales, el sexo seguía siendo un tema tabú.


Montgomery Clift da vida a un Sigmund Freud genial, curioso y atormentado , porque en el curso de sus investigaciones descubre que él mismo es víctima de experiencias reprimidas. Las imágenes de sus sueños aportan ese halo de misterio e incluso de terror que podemos atisbar cuando intentamos mirar con cierta profundidad al interior de nosotros mismos. A partir de aquí el ser humano tiene que enfrentar una nueva realidad: no somos lo que creemos ser, existen impulsos naturales que deben reprimirse para lograr una vida social razonable. Muchos de los descubrimientos de Freud se han visto superados posteriormente por otros investigadores, pero es indudable que la importancia del médico vienés como explorador de una demarcación del ser humano tan fascinante como perturbadora, le hace merecedor  de un puesto de honor en la historia de la ciencia, con el mérito añadido de que sus escritos constituyen una experiencia, tanto literaria como científica, de primer orden.

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