"Resolví escribir en primera persona sobre lo que había vivido. Ahí tenía las historias de la realidad, los personajes de un mundo con el que podía llenar libros. En primera persona porque el narrador en tercera persona es imposible. Nadie puede repetir con palabras lo que está pensando, todo pensamiento es muy confuso. Eso de repetir los pensamientos de otro, o el monólogo interior. (...) El "yo" que hice en los libros míos es un loco. Resolví hacerlo excesivo, exagerado. Habla con exabruptos, es contradictorio. Decidí darle un toque de locura y de una subjetividad rabiosa, contraria a la objetividad que pretende todo el mundo. Todo el mundo pretende ser bien objetivo. Y últimamente, políticamente correcto. Yo nunca he pretendido ser ni políticamente correcto ni objetivo. Siempre he dicho la realidad desde los ojos míos."

La virgen de los sicarios comienza con el regreso del escritor a su ciudad, Medellín, después de treinta años de ausencia y encuentra una ciudad sumida en el caos y la violencia impuesta por las luchas entre carteles de la droga después de la muerte del narcotraficante Pablo Escobar, el inventor del sicariato. De hecho, el protagonista pronto descubre que el muchacho, casi un niño, que le ha presentado un amigo y al que convertirá en su amante, es un sicario, un asesino a sueldo que ya cuenta con varias muertes a sus espaldas. Alexis, el muchacho, es un ser amoral que no siente remordimiento alguno, ya que se ha criado en un clima de violencia constante, donde la vida humana no vale nada. En consecuencia, él tiene asumido que morirá joven y no se plantea más futuro que el inmediato. En cierto modo es la pareja ideal para un escritor desencantado de la vida y que tiene mucho de misántropo.

Fernando y Alexis se dedican a pasear por Medellín y observar las miserias cotidianas de sus habitantes. El muchacho lleva siempre consigo la pistola, que utiliza sin reparos cuando estima que alguien se pone impertinente, entre tibias protestas del escritor, que sólo encuentra algo de paz visitando las abundantes iglesias de la ciudad. Entre todas ellas, una es especial: la del barrio de Sabaneta, que todos los martes recibe a una multitud de sicarios que van a rezar a la virgen, en una no tan insólita muestra de religiosidad por parte de unos asesinos que llevan prendidos en el pecho escapularios. La oración que dedican a la virgen no tiene desperdicio:

"Madre Santísima, María Auxiliadora, señora de bondad y de misericordia, posternado a vuestros pies y avergonzado de mis culpas, lleno de confianza en vos os suplico atendáis este ruego: que cuando llegue mi última hora, por fin, acudáis en mi socorro para que tenga la muerte del justo. Ahuyentad al espíritu maligno y su silbo traicionero, y libradme de la condenación eterna, que la pesadilla del infierno ya la he vivido en esta vida y con creces: con mi prójimo. Amén."

La oración tiene mucho de verdad: los sicarios han nacido en verdaderos antros de pobreza: las comunas, las barriadas construidas por sus propios habitantes en las laderas de las colinas que rodean Medellín. Casas y chabolas de materiales pobres, sin terminar, como las propias existencias de quienes las habitan. Ciudad prohibida para cualquier forastero, que se expone a perder la vida si se atreve a caminar por estas calles edificadas por el odio y la ignorancia, donde existe un clima hobbesiano, de guerra de todos contra todos, donde las fronteras entre la vida y la muerte están mucho más difuminadas que en cualquier otro lugar.

Siendo testigo de la barbarie cotidiana, al escritor se le acentúa su tendencia a odiar a la humanidad y a diagnosticar la reproducción continua de los pobres como una plaga, ya que la miseria engendra más miseria. Es una idea peligrosa, pero que transmite con cierta lógica al lector en el contexto que está describiendo:

"Ni en Sodoma ni en Gomorra ni en Medellín ni en Colombia hay inocentes; aquí todo el que existe es culpable, y si se reproduce más. Los pobres producen más pobres y la miseria más miseria, y mientras más miseria más asesinos, y mientras más asesinos más muertos. Ésta es la ley de Medellín, que regirá en adelante para el planeta tierra. Tomen nota."

En 1999 el cineasta Barbet Schroeder filmó una adaptación de esta novela con el mismo título. La película se mantiene muy fiel al espíritu de la obra de Vallejo y retrata de forma magistral el clima de violencia cotidiana de los peores años de Medellín y a sus habitantes. Germán Jaramillo interpreta de forma convincente a Fernando Vallejo y todo en la película transmite autenticidad y la misma desazón que produce la novela.

En los últimos años la violencia ha ido remitiendo en Medellín, con la ayuda de un urbanismo social e inversiones estatales. Aunque todavía las bandas controlan amplios territorios, poco a poco amplios sectores de la ciudad se han ido viendo libres de violencia, hasta el punto de que la ciudad empieza a ser atractiva como destino turístico. La Biblioteca Parque de España, una vistosa obra arquitectónia inaugurada en 2007 en una de las zonas más conflictivas de la urbe, queda como símbolo de una ciudad que quiere renacer desde las cenizas de la violencia y comenzar una nueva vida de paz y prosperidad.