martes, 6 de diciembre de 2011

UN DIOS SALVAJE (2011), DE ROMAN POLANSKI. EL ANIMAL HUMANO.


¿Qué es un hombre civilizado? ¿Es fina la capa que protege a los demás del animal que llevamos dentro? No he podido leer todavía la obra de teatro de Yasmina Reza en la que se basa esta película, pero hay que aplaudir un argumento que mete el dedo en la llaga de algunos de nuestros males contemporáneos. Somos sofisticados, nos comunicamos a larga distancia sin problemas y dominamos una tecnología increible, pero a la hora de resolver nuestros problemas cara a cara seguimos siendo seres primitivos y, en realidad, somos seres que sabemos disculparnos íntimamente nuestros males y defectos, pero condenamos sin remisión los del vecino.

Al principio "Un dios salvaje" me provocó las mismas sensaciones que las mejores películas de Woody Allen: dos matrimonios enfrentados por un asunto que creen poder resolver civilizadamente. Pero escarbando un poco en cada uno de los personajes, surgen sin muchos problemas los demonios internos: frustraciones, infelicidades, dependencias. Los personajes se pelean y se alían entre sí a un ritmo endiablado, pero coherente con lo que nos están contando. La vida moderna interrumpe: el móvil de Waltz suena constantemente, advirtiendo que hay una vida fuera de esa estúpida discusión que no admite demoras. Pero cuando las cosas se ponen realmente caldeadas, ya no importa nada más que masacrar al contrario, aunque te dejes media vida en el empeño. Así somos y así nos retrata Polanski en esta magistral tragicomedia.

¿Está justificando el director sus propios pecados al decirnos que nadie está libre de culpa? Probablemente. El director de origen polaco lleva media vida huyendo y supongo que querrá enfrentarse a sus fantasmas como mejor sabe: narrando una historia en la que los protagonistas no tienen más remedio que quitarse las máscaras que usan diariamente para vivir en sociedad y arrojarlas al suelo con estrépito. Algo de lenitivo hay en ello: al fin y al cabo somos animales (i)racionales.

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