La película de Danny Boyle comienza con una música enérgica mientras se le muestran al espectador imágenes de personas asistiendo a distintas actividades de masas, o simplemente paseando por los atestados centros urbanos de alguna de nuestras grandes ciudades. Aaron se siente gozoso cuando se aleja del mundanal ruido y pasea por la soledad de la naturaleza.

Aunque es un montañero experto, la desgracia le va a agarrar de la manera más insospechada: su brazo va a quedar atrapado por una roca dentro de un pequeño desfiladero. Los primeros intentos por liberarse van a resultar baldíos, por lo que poco a poco tendrá que ir aceptando su absurda situación, sabiendo que no va a llegar ayuda alguna, ya que no avisó a nadie de sus intenciones.

El mismo James Franco, el actor principal y casi único de esta película, que realiza un excelente trabajo por el que ha sido nominado a un Óscar, habla acerca de su personaje en una entrevista concedida a la revista "Cinerama" en su número de febrero de este año:

"Una de las razones para querer hacer este personaje era que está construido a base de muchos momentos privados, esos momentos que todos tenemos cuando estamos absolutamente solos. Pensé que era una parte de mí que comprendía muy bien y que podía aprovechar. La historia trata básicamente de un hombre que se enfrenta a su propia muerte y reflexiona sobre cómo volver a la vida; es una situación muy humana que no creo que se haya explorado mucho en otras películas antes."

Ciertamente era un reto para director y actor realizar una película que en el ochenta por ciento del metraje transcurre en un pequeño espacio y con un solo personaje. Danny Boyle lo resuelve logrando que el público se identifique plenamente por la situación que está viviendo Aaron y se interese por su suerte, aún más sabiendo que está asistiendo a una historia real que cuenta con el asesoramiento del hombre que la sufrió en sus carnes.

Así, el espectador siente la claustrofobia del montañero, penetra en sus propios pensamientos y siente su dolor a flor de piel. Una de las escenas más polémicas es aquella en la que, Aaron, desesperado y admitiendo que no existe otra solución para salir vivo de la trampa, decide cortarse el brazo, un proceso que se ofrece con todo detalle, en una de las escenas más descarnadas que se recuerdan. Un operación sin anestesia que se lleva a cabo con una navaja sin afilar, mucha sangre, rotura de huesos y, lo que es peor, el corte de un nervio, imagen que recoge todo el dolor del momento. Si el cine sirve para transmitir emociones, y el dolor es una de ellas, Boyle acierta en su planteamiento, a pesar de las voces críticas que tildan la escena de puro efectismo.

El auténtico Aaron Ralston, el hombre cuyo coraje se glosa en la película, aparece brevemente al final de la misma, como la imagen o el símbolo del espíritu humano de resistencia a las condiciones más adversas. Su experiencia no le impidió continuar ejercitando su afición de montañero, actividad que compatibiliza con la de conferenciante, trabajo que a partir de ahora seguramente le absorberá más tiempo, pues no hay duda de que "127 horas" ha disparado su fama a nivel mundial.