Los materiales con el que el autor de "La fiesta del Chivo" trabaja para construir esta novela resultan ser retazos de su propia existencia, que presta generosamente a la biografía de su ser ficticio, no estrictamente referidos a la aventura amorosa, sino a los lugares y circunstancias donde transcurre la historia. Ya lo dijo Flaubert cuando le preguntaron por su personaje más popular: "Madame Bovary soy yo".

Ricardo es un traductor de la Unesco que se enamoró en su adolescencia peruana de una joven que no va a lograr olvidar. La muchacha, la niña mala, consciente de su poder sobre el protagonista, entrará y saldrá de su vida a voluntad, utilizándolo cuando le conviene y abandonándolo sin previo aviso, haciendo sufrir a un Ricardo que, pese a todo, nunca va a poder resistir su hechizo. Una auténtica mujer fatal, que entra por derecho propio con esa condición en la historia de la literatura.

Los primeros capítulos de la narración son una evocación de la juventud peruana, en ese barrio de Miraflores presente en buena parte de su obra. Tal y como recuerda en su discurso de recepción del Premio Nobel:

"(...)en el Miraflores limeño (...) donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendi a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas."

Como para el propio Vargas Llosa en su día, París constituye para Ricardo un objetivo vital, un paso adelante para salir del laberinto peruano y progresar en la gran metrópolis soñada del primer mundo. Su inteligencia y su facilidad para las lenguas le van a facilitar la tarea. Vargas Llosa también tiene un hueco para estos recuerdos en su discurso del Nobel:

"De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía de Perú sólo sería un pseudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia y a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad."

El periplo vital de Ricardo seguirá discurriendo por otras ciudades, como Londres, Tokio o Madrid, siempre con la sombra de la niña mala presente, en una relación de repulsión y necesidad, que tiene mucho de masoquista. El protagonista se insta a sí mismo en más de una ocasión a terminar con esa relación enfermiza, pero nunca es capaz de llevar sus planes a buen puerto.

¿Merece la pena vivir una historia amorosa como la protagonizada por Ricardo? El propio autor de la novela responde a esta pregunta, a la par que profundiza en su personaje en estas declaraciones de una entrevista publicada en el suplemento literario "Babelia", el 20 de mayo de 2006:

"Es una historia de amor, un amor moderno, condicionado por el mundo en que vivimos y que está mucho más cerca de la realidad que los amores románticos de la literatura. El amor se prolonga a lo largo de cuarenta años y me sirve también para hacer una especie de gran fresco de un universo que ha cambiado extraordinariamente.
(...) El personaje narrador es un ser pasivo y mediocre que no tiene en la vida grandes ambiciones. Su visión es individualista y egoísta, pero hay algo en su vida que es su propia aventura y su propia revolución: ese amor que vive a lo largo de toda su vida y por el que se convierte en protagonista de una gran aventura."

"Travesuras de una niña mala" quizá no se cuente entre las mejores narraciones de Vargas Llosa, pero eso no significa que no constituya un intenso goce para cualquier lector. Se nota en ella una escritura más apresurada que en otras obras del autor, como si los recuerdos de las experiencias vividas en tan distantes lugares se agolparan y pugnaran por salir en forma de escritura. A su vez, el lector va teniendo noticia de los acontecimientos mundiales que eran noticia en las distintas épocas en que transcurren los distintos episodios de la vida de Ricardo y Vargas Llosa no puede evitar introducir reflexiones personales acerca de los mismos.

También hay que decir que la novela cuenta con algunos episodios eróticos en los que la pluma de Vargas Llosa puede volver a demostrar su probada maestría para la descripción de escenas sensuales. Solo por esto y por leer las huachaferías que Ricardo dedica a la niña mala, merece la pena acercarse a este libro, no el que le ha dado más prestigio, pero sí uno de los más vendidos y populares del autor.