La muerte de Miguel Delibes en marzo de este año supuso un tremendo golpe para las letras españolas, pues desaparecía el que quizá fue el mejor novelista de su generación, el escritor más humanista y el más querido por los lectores, por la maestría de su escritura y su bondad personal. Siempre humilde, el austero autor castellano dejó una obra muy arraigada a su tierra, pero cuya lectura es universal. Novelas como "Los santos inocentes" o esta "Cinco horas con Mario" le convierten en un maestro en la creación de personajes veraces, que parecen tener vida más allá de las páginas que protagonizan.

Precisamente el propio Miguel Delibes era muy consciente de la importancia que supone la creación de buenos personajes para que una novela funcione. En el artículo Los personajes de la novela, publicado en el diario "La Vanguardia" el 20 de diciembre de 1980, escribía:

"Crear tipos vivos, (...) he ahí el principal interés del novelista. Unos personajes que vivan de verdad pueden hacer verosímil un absurdo argumento, relegar, hasta diluir su importancia, la arquitectura novelesca (...) Poner en pie unos personajes de carne y hueso e infundirles aliento a lo largo de doscientas páginas es, creo yo, la operación más importante de cuantas el novelista realiza. (...) Me atrevo a formular esta conclusión: una novela es buena cuando pasado el tiempo después de su lectura, los tipos que la habitan permanecen vivos en nuestro interior y no solo los recordamos, sino que somos capaces de presumir sus reacciones ante las incidencias de la vida diaria."

Delibes cuenta que el proceso de gestación de "Cinco horas con Mario" no fue nada fácil. En principio trató de construir un armazón de novela tradicional para su historia: las vicisitudes de Mario y su esposa Carmen a través de un narrador omnisciente. Cuando llevaba escritos varios capítulos, se dio cuenta de que la fórmula no funcionaba: era demasiado evidente el contraste entre la bondad de Mario y el egoísmo de Carmen. Entonces se le ocurrió que la narración tomara la forma de un largo monólogo interior en el que Carmen Sotillo rememora algunos episodios de su vida marital con Mario desde su propio punto de vista. A través de esta técnica conseguía que fuera el propio personaje de Carmen el que se echara tierra encima, sin que fuera tan evidente la mano del autor y sorteaba la censura, pues en la novela primaba el punto de vista tradicional de la protagonista, condenándose (en una lectura muy somera de la obra) las actitudes "antisociales" de Mario.

En realidad, cualquier lector medianamente atento encontrará en el soliloquio de Carmen una crítica demoledora a la sociedad franquista. La mujer de Mario es tan superficial que no es capaz de entender la dimensión intelectual de su marido ni su actitud ante la vida, su denuncia de las injusticias sociales y su humanismo cristiano, alimentado por la doctrina del Concilio Vaticano II, muy polémico para el catolicismo tradicional español de la época. Está claro que hay mucho del propio Delibes en el personaje de Mario, tal y como confiesa el propio autor en las páginas de su libro "Un año de mi vida":

"A mi juicio, el novelista auténtico se nutre de la observación y la invención tanto como de sí mismo. El novelista auténtico tiene dentro de sí, no un personaje, sino cientos de personajes. De aquí que lo primero que el novelista debe observar es su propio interior. En este sentido, toda novela, todo protagonista de novela, lleva en sí mismo mucho de la vida del autor."

Carmen es una mujer con una arraigada conciencia de clase, que cree que la pobreza es algo consustancial al orden natural de las cosas, que los pobres son necesarios para practicar la caridad. Es incapaz de comprender la manera de actuar y de pensar de Mario, su falta de interés por ganar dinero y prestigio social. Carmen, que declara haber disfrutado de los días de Guerra Civil (para ella una Cruzada, por supuesto), ha sido y sigue siendo una muchacha de muy buen ver, dotada de un gran apetito sexual, que no consigue ocultar en su monólogo, aunque tiene remordimientos por haber flirteado con otros hombres. Sus reproches e insultos a Mario son constantes, pero ante todo le duelen dos cosas: que la rechazara en su noche de bodas y que no le comprara un coche.

Está claro que "Cinco horas con Mario" se erige como una diáfana metáfora del franquismo, representado por la protagonista, machista, reprimida y represora, defensora de un status quo que privilegia a su propia clase social e incapaz de tener una visión más allá de su propia realidad cotidiana:

"Convéncete de una vez Mario, los intelectuales con sus ideas estrambóticas, son los que lo enredan todo, que están todos medio chiflados, porque creen que saben pero lo único que saben es incordiar, lo único, fíjate bien, y sacar a los pobres de sus casillas , que el que no acaba de rojo, acaba de protestante o algo peor."

Al final, hay lugar para la esperanza a través de las nuevas generaciones, en esta ocasión el hijo de Mario, que hilvana un discurso tan maduro como conciliador ante su sorprendida madre:

"¡Ya salió nuestro feroz maniqueísmo: buenos y malos... ¡los buenos a la derecha y los malos a la izquierda! Eso os enseñaron ¿verdad que sí? Pero vosotros preferís aceptarlo sin más ni más, antes que tomaros la molestia de miraros por dentro. Todos somos buenos y malos, mamá. Las dos cosas a un tiempo. Lo que hay que desterrar es la hipocresía ¿comprendes? Es preferible reconocerlo así que pasarnos la vida inventándonos argumentos. En este país, desde los Comuneros venimos esforzándonos en taparnos los oídos y al que grita demasiado para vencer nuestra sordera y despertarnos, le eliminamos y ¡santas pascuas!"

Quizá esta novela de Delibes haya envejecido peor que otras muchas suyas y resulte de lectura algo pesada para los gustos actuales, pero contiene el espíritu de una época y fue revolucionaria en aquellas fechas, al menos por dos razones: por su estilo casi experimental y por haber logrado burlar a la censura de manera tan absoluta.