La situación religiosa en el país galo (que va a tener una importancia capital en la recepción de "Tartufo"), en la época de Molière era tremendamente complicada. Si bien Francia se había opuesto en el Concilio de Trento (1545-1563), a implantar la Inquisición en su territorio y en 1598 proclamó mediante el Edicto de Nantes la libertad religiosa a los protestantes, la situación cambiaría radicalmente durante el siglo XVII. La Iglesia romana trató de influir en la política francesa a través de órdenes religiosas como los jesuitas.

Finalmente, el Edicto de Nantes sería revocado por Luis XIV en 1685 (Edicto de Fontainebleau), prohibiéndose el protestantismo en territorio francés, en pos de una unidad nacional fundada en una única religión. En este contexto, los representantes de la Iglesia católica fomentaron un clima de represión y censura a todo lo que pudiera ser crítico con el dogma cristiano, aún obviando las opiniones personales del rey.

El inmortal Molière nace en 1622 con el nombre de Juan Bautista Poquelin. Cursa humanidades, filosofía y derecho. Su padre era tapicero real, por lo que desde joven su vida estuvo cercana a la de la familia real. Ya en 1643, Juan Bautista se ha determinado por la que habrá de ser la vocación que le acompañará toda su vida: funda el Ilustre teatro, que será la plataforma de lanzamiento de sus primeras obras, optando posteriormente por consagrarse a la escritura y dirección de comedias, decisión que le irá haciendo progresivamente famoso, popularidad que cimentaría no sin enfrentarse a la polémica.

Quizá la obra más universal de Molière sea el "Tartufo". Su gestación no fue nada fácil. La representación de la primera versión, todavía muy incompleta respecto a la que hoy conocemos, data de 1664, celebrándose en ese año una representación privada para la Corte, y parece ser que gustó mucho, incluso al Rey, pero este se vio posteriormente obligado a prohibir su representación pública debido a las presiones del estamento eclesiástico, que veía en la obra de Molière una burla a la religión. No sería hasta 1669 cuando se levantaría la prohibición. Mientras tanto, el autor había escrito hasta tres súplicas al monarca en este sentido. El comienzo de la primera no tiene desperdicio, siendo una obra maestra de la defensa de la libertad de expresión del artista:

"Siendo como es el deber de la comedia corregir a los hombres al mismo tiempo que los divierte, pensé, dado mi oficio, que nada mejor podía hacer que atacar, ridiculizándolos, los vicios de mi siglo, y como es la hipocresía, sin duda, uno de los más frecuentes, molestos y peligrosos, se me ocurrió pensar, Señor, que podría prestar un gran servicio a todas las personas honradas de vuestro reino escribiendo una comedia que criticara a los hipócritas y que mostrara al desnudo, como es menester, todos los gestos estudiados de dos hombres de bien a ultranza, toda la falta de probidad encubierta de esos fabricantes de falsa devoción, que quieren engañar a las gentes con fingida devoción y falsa caridad."

Tartufo, el personaje que da nombre a la obra, es el prototipo del hipócrita. Es un hombre sin oficio ni beneficio, pero se hace notar por su gran devoción y presunta humildad. Tanto, que mantiene embelesado a Orgón, un personaje de estupidez más que notoria, pues no es capaz de advertir la falsedad de la conducta de Tartufo, algo que el resto de los miembros de su familia sí que sospechan. Orgón solo se refiere a Tartufo con una frase: "¡qué alma de Dios!" y le mantiene en su propia casa en régimen de pensión completa, planeando entregarle la mano de su propia hija. Tartufo mientras tanto no tiene recato alguno en tratar de seducir a la mujer de su benefactor.

"Tartufo" se desarrolla en un clima que oscila entre la comedia y la tragedia, que roza en todo momento a la familia protagonista, sin llegar a consumarse, no tanto por las maldades de Tartufo como por la mala cabeza de Orgón, un ser demasiado cándido y manipulable, a pesar de tratarse de un digno cabeza de familia. Se podría censurar respecto a detalles de la obra que, desde un punto de vista jurídico, las donaciones realizadas en vida son siempre revocables y, sobre todo, el abrupto final, con una intervención real tan forzada como conveniente para los intereses de Molière, que aprovecha para ensalzar las virtudes del monarca ya que llega a manifestar a través de uno de sus personajes que "vivimos bajo un monarca que es enemigo de todo engaño."

La obra teatral de Molière se erige como una formidable crítica a una determinada forma de entender la religión: la de aquellos que dan más importancia a las formas que al contenido. El francés mantuvo en más de una ocasión que su intención no era arremeter contra la religión, como mantenían sus enemigos, sino contra aquellos que la utilizan para sus propios intereses. Quizá sus denunciantes se vieran reflejados en el personaje de Tartufo, que quedó convertido desde aquel momento en la imagen proverbial de la hipocresía. Ni que decir tiene que, desde el momento en que se pudo representar con libertad, la obra de Molière se convirtió en un gran éxito.