Posteriormente redondearía su carrera con dos magníficas películas dedicadas a los presidentes más controvertidos del siglo XX: "JFK" (1991), que intentaba profundizar en los enigmas del asesinato de Kennedy y la que puede ser considerada su gran obra maestra "Nixon" (1995), donde Anthony Hopkins realizó una memorable interpretación del más mentiroso de los dirigentes estadounidenses (con permiso de George Bush jr). Historia viva y controvertida del país más poderoso del mundo.

En los últimos años el director parece haber bajado el listón, filmando una importante cantidad de cine documental, hasta el punto de que algunos críticos cuestionan su carrera. Es posible que su definitiva consagración llegue con la filmación de su último proyecto: una recreación de la masacre de My Lai en Vietnam.

"Nacido el cuatro de Julio" se basa en las memorias de Ron Kovic, un joven idealista que se alistó en los Marines para acudir a Vietnam a luchar por su país. Resultó malherido en una escaramuza, quedando inválido. A partir de entonces, después de varias crisis personales, Kovic se dedicó a denunciar activamente las mentiras que habían llevado a su país a embarcarse en tan costoso conflicto, convirtiéndose en un personaje muy popular entre los opositores a la guerra.

Para interpretar a Ron Kovic, Oliver Stone contó con un Tom Cruise que seguramente realiza la interpretación más memorable de su carrera. La película comienza narrando la niñez del protagonista, el ambiente en el que se cría, en la América profunda, marcado por el conservadurismo de su familia y la veneración al estamento militar, auténtico representante de las esencias de la nación para aquellas gentes.

Los Kovic hacen suyo el discurso oficial que preconiza que la guerra contra el comunismo en cualquier lugar del mundo donde se encuentre es indispensable para salvaguardar al país (argumentos muy parecidos, por cierto, a los que se usan a la hora de justificar la actual "guerra contra el terrorismo") y educan a su hijo en la necesidad de ser siempre el mejor en todo lo que hace, en la competitividad típica de la sociedad estadounidense. Su idealismo extremado le van a hacer ingresar en los marines y partir hacia Vietnam, con el solo deseo de sacrificarse por salvaguardar su país, tal y como le han enseñado sus padres y los polítcos de Washington.

Como es lógico, una vez en Vietnam, Ron comprenderá que la vida no se divide en blanco y en negro, sino que imperan los tonos grises. Una operación del ejército se puede saldar con decenas de muertes civiles y con muertos por fuego amigo. Él mismo, una vez herido gravemente, puede comprobar en sus propias carnes la importancia que tiene para el Estado su sacrificio como soldado: es ingresado en una clínica del Bronx que tiene más de pocilga que de hospital. Allí vivirá un auténtico infierno motivado por la falta de medios y motivación del personal que le atiende. Su vuelta a casa no es menos decepcionante: encuentra un ambiente poco propicio para reintegrar en la vida social a los héroes de Vietnam. Su misma madre se preocupa más por su lenguaje obsceno que por sus heridas físicas y morales.

Después de esto, Kovic se entregará a un proceso de autodestrucción personal, del que solo va a poder resurgir a través de su conversión en guerrero en una nueva batalla, mucho más importante que la anterior, la batalla por la verdad, la lucha por desvelar los auténticos motivos que llevaron a los dirigentes a mandar al Ejército a un país tan distante y con unos objetivos tan difusos. Kovic se va a ver vilipendiado, en unas escenas casi de guerra civil dentro del territorio estadounidense. Finalmente logró que su voz fuera escuchada, lo que le otorgó nuevas motivaciones para seguir viviendo.

Oliver Stone imprime un ritmo perfecto a la historia de Ron Kovic. El espectador comprende perfectamente el discurso contra el burdo nacionalismo que se alimenta del furor bélico contra enemigos ideológicos, a los que se retrata como una amenaza inminente para la integridad del propio territorio. Dichas mentiras calan en las capas más ingenuas de la población, que se sacrifican con una sonrisa en los labios en el altar de los más oscuros intereses, mientras creen estar realizando una buena obra por su país.

Kovic tardó en ser consciente de todo esto, pero cuando despertó, fue consecuente y se embarcó en una campaña de desenmascaramiento de los responsables de una guerra que supuso un golpe moral para todo un país. Con ello, su gran sacrificio sirvió para abrir los ojos de muchos de sus ciudadanos, absolutamente dóciles ante una política oficial que amparaba los peores crímenes contra los ciudadanos de un país pobre que tenían la mala suerte de vivir entre dos fuegos. Cuando los demonios de Vietnam no se han apagado aún del todo, Estados Unidos mantiene en la actualidad dos guerras de utilidad y futuro inciertos. Pero la historia se repite, y siempre existirá una cantera de jóvenes idealistas como Kovic, capaces de inmolarse sin comprender demasiado bien el sentido de su lucha.