Azar Nafisi estudió en Estados Unidos, militando en los grupos que se oponían al Shah. Con la caída de este régimen, volvió a Irán para dar clases de literatura en la Universidad de Teherán. Su desilusión fue grande cuando advirtió que las leyes de las nuevas autoridades eran despreciativas con todo lo que ella representaba. Basándose en los preceptos del Corán, las mujeres debían llevar obligatoriamente el velo islámico y no salir nunca a solas en compañía de un hombre, a no ser que fuera su marido o un familiar directo, entre otras muchas prohibiciones.

Todo lo que viniera de Occidente fue satanizado por la República Islámica de Irán, incluyendo su literatura, por lo que la labor de Nafisi se convirtió en algo sospechoso y peligroso a la vez. Con gran valentía, y haciendo uso de los resquicios de libertad que aún le quedaban, la autora organizó sus clases como un pequeño oasis de libertad en una realidad dominada por el oscurantismo, discutiendo en las mismas textos de autores como Vladimir Nabokov, Francis Scott Fitzgerald, Henry James o Jane Austen. En este sentido, sus recorridos por las librerías de Teherán, buscando material para sus clases, han de ser realizados casi contra reloj, ya que las estanterías de estos establecimientos se iban quedando vacías debido a las prohibiciones del régimen.

Si por algo se caracteriza el espíritu de Azar Nafisi es por su energía y optimismo. Su entereza va a ser puesta a prueba con el comienzo de un acontecimiento que empeorará aún más, si cabe, las condiciones de vida de los iraníes: el comienzo de la larga guerra con Irak, uno de los conflictos más sangrientos y absurdos del siglo XX, que servirá únicamente para afianzar el poder del gobierno del Ayatolá Jomeini, que tendrá una excusa más para vigilar la vida de sus ciudadanos. La autora pasará las largas noches de bombardeo sobre Teherán refugiada en la lectura de sus queridas novelas, con los nervios siempre a flor de piel y su moral hundiéndose poco a poco:

"¿Qué hacen las personas que se han vuelto irrelevantes? A veces escapan, quiero decir físicamente, y si esto no es posible, intentarán adaptarse, convertirse en parte del juego asimilando las características de sus conquistadores. O escaparán hacia dentro y (...) convertirán su rinconcito en un santuario: la parte esencial de su vida transcurre bajo tierra. La tentación más fuerte que sentía entonces era esconderme bajo tierra."

La relación de Nafisi con la Universidad no fue fácil, debido a sus ansias de libertad, que chocaban con la doctrina de las autoridades oficiales en asuntos como la libertad de llevar o no el velo islámico. En 1995 abandonó definitivamente su labor docente y se le ocurrió organizar reuniones en su casa con algunas de las alumnas para comentar con absoluta libertad a los autores que habían estado leyendo en la facultad.

De esta iniciativa surgió un club de lectura clandestino, donde las muchachas encontraban interpretaciones sorprendentes de los clásicos, que podían estrapolarse perfectamente a su difícil situación como mujeres en el misógino Irán, donde ni siquera gozaban de libertad para elegir marido y los guardias de la revolución tenían la libertad de raptarlas, si las encontraban reunidas en grupo, para someterlas a una abominable comprobación de virginidad. A diferencia de la mayoría de los críticos occidentales, que ven en Lolita a un ser perverso, ellas tomaban partido por la niña y no por el hipócrita Humbert.

En cualquier caso, la literatura, siendo siempre una fuente de nuevos conocimientos y una puerta a otros mundos, no suple la falta de experiencias reales:

"Nuestra cultura rehuía el sexo porque estaba demasiado envuelta en él. Tuvo que reprimirlo violentamente por la misma razón por la que un hombre impotente cierra a su mujer bajo llave. Siempre hemos separado el sexo de los sentimientos y del amor intelectual, así que, o bien eres pura y virtuosa (...) o sucia y divertida. Lo que no tenía nada que ver con nosotros era Eros, la auténtica sensualidad. Mis chicas sabían mucho de Jane Austen, podían discutir sobre Joyce y Woolf con inteligencia, pero no sabían absolutamente nada sobre sus propios cuerpos, de los que les habían dicho que eran la causa de todas las tentaciones, ni sobre lo que podían esperar de ellos."

Es bien sabido que las sociedades que reprimen oficialmente el sexo crean generaciones de hombres frustrados y mujeres vejadas. La presunta virtud se transforma rápidamente en corrupción, en prácticas obscenas y que atentan contra la libertad de los más débiles para favorecer los más bajos instintos.

Al final Nafisi emigró de nuevo ("Salí de Irán, pero Irán no salió de mí"), con el proyecto de conjurar sus fantasmas escribiendo un libro acerca de sus experiencias, razonando que "cuando escriba esto quizá me vuelva más generosa, menos airada".

La escritura como terapia, como fórmula para perpetuar los recuerdos y darles un sentido. El resultado fue "Leer Lolita en Teherán", que pronto se convirtió en un libro leído en todo el mundo, por su acertada denuncia de un régimen totalitario, que ahoga a sus ciudadanos en un mar de normas religiosas absurdas y que se fundamenta en el odio a occidente, pero al que al menos se le pueden ganar pequeñas islas de libertad a través de los libros, esos objetos tan inofensivos y a la vez tan peligrosos para los enemigos de la dignidad humana.