Este año se conmemoran los cincuenta años de la muerte del escritor, que falleció con cuarenta y seis, en pleno apogeo de sus facultades intelectuales. Un auténtico mito de la cultura, un escritor de ideas lúcidas profundamente comprometidas con el humanismo, un filósofo que es capaz de exponer sus ideas a través de sus personajes literarios:

"Un filósofo artista. Un filósofo que toma de todas partes las armas que necesita. Un filósofo que, además, nunca ha separado su vida de su aventura intelectual y, por tanto, siempre ha ejercido el doble juego de una vida escrita y unos libros intensamente vividos. Este tipo de filósofo inventa una actitud al mismo tiempo que produce una obra. Es autor de un estilo antes que de un sistema".
(Bernard- Henry Lévy, "Los dos siglos de Camus". Reportaje publicado en el suplemento "Babelia" de "El País". Enero de 2010.)

Nos encontramos en la Rusia prerrevolucionaria. Un grupo de socialistas, después de una larga planificación, esperan el momento de atentar contra el gran Duque Sergio. El encargado de llevar a cabo la ejecución, Iván Kaliayev, está emocionado ante la perspectiva de ser protagonista de una acción liberadora para su pueblo. Su compañero Fedorov, endurecido después de una estancia de tres años en prisión y destilando un odio destructivo, duda de la idoneidad de Kaliayev para tal cometido.
Kaliayev, a pesar de ser partidario de la violencia como último recurso, se guía por un intenso amor a la humanidad que tiene como objetivo su liberación y la felicidad universal. Según él:

"¡Nosotros matamos para construir un mundo en el que nadie vuelva a matar nunca! Aceptamos ser criminales para que la tierra se cubra al fín de inocentes."

El amor de Kaliayev le lleva a su propia deshumanización al servicio de la utopía, pero no a cualquier precio. Su caracter eminentemente noble queda al descubierto cuando no arroja la bomba contra el Duque al advertir en el último instante que éste se encuentra acompañado por niños. La muerte es un mal necesario, pero no la de los inocentes.

Encontramos en esta obra ecos de la famosa ruptura de Camus con Sartre. A pesar de ser los dos izquierdistas, Sartre pensaba que el fín justifica los medios y entendía la violencia como algo legítimo para construir una nueva sociedad. Camus era radicalmente contrario a estos argumentos. Para él "la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarismos sino sobre las faltas de los demócratas".

Ante la suspensión de la operación y la perspectiva de tener que empezar de nuevo los preparativos, la reacción de Fedorov-Sartre es de una profunda decepción con su compañero, que no ha sabido anteponer su deber con la causa de la "liberación de los trabajadores" a su "necio" humanismo. Unos niños para él no significan nada en comparación con la importancia de los fines buscados:

"No hay límites. La verdad es que vosotros no creéis en la revolución. No creéis en ella Si creyeseis total, completamente, si estuviseis seguros de que, con nuestros sacrificios y nuestras victorias conseguiremos construir una Rusia liberada del despotismo, una tierra de libertad que acabará por abarcar al mundo entero, si no dudaseis de que, entonces, el hombre, liberado de sus amos y de sus prejuicios, alzará hacia el cielo la faz de los verdaderos dioses, ¿qué pesaría la muerte de dos niños? Reconoceriaís que tenéis todos los derechos, todos, ¿me oís? Y si esa muerte os detiene es porque no estáis seguros de estar en vuestro derecho. No creéis en la revolución."

Pero, ¿puede justificarse el terrorismo en algún caso?, ¿es lícito vengar afrentas reales o imaginarias mediante tiros en la nuca, coches bomba o aviones lanzados contra edificios? El terror es tema de triste actualidad. Los debates sobre su naturaleza no tienen fín. Solo que, a veces, se olvida que los Estados también pueden ejercer el terror para el logro de sus fines, aunque escudados por un formidable aparato de propaganda que utiliza el miedo de los ciudadanos para cargar contra presuntos enemigos a los que se presenta como el rostro del mal sin que aquellos reflexionen demasiado al respecto.

Kaliayev va a terminar consiguiendo su objetivo: matar al opresor sin que se produzcan víctimas colaterales, una acción de terrorismo puro y sin mácula que le hará morir feliz en la horca, estimando que ha contribuido a la liberación de su pueblo sin causar más daños de los necesarios.

Partiendo de la base de que ninguna muerte es justificable en nombre de ninguna causa, sí que es cierto que el terrorismo que conocemos en la actualidad no ha seguido el ejemplo de Kaliayev, y es capaz de matar indiscriminadamente con el mayor de los cinismos. Se vuelan trenes repletos de trabajadores, se bombardean paises en la búsqueda de un solo hombre... Sería necesaria hoy día una conciencia moral como la de Camus que volviera a recordar a gobernantes en guerra e iluminados de toda condición que el fín no justifica los medios y que el respeto al ser humano está por encima de todas las ideologías.