El neorrealismo italiano fue un movimiento cinematográfico realmente sorprendente., surgido entre las ruinas de la guerra. Después de años de guerra devastadora y humillante para el país, hubiera sido lógico pensar que los italianos necesitaban ir al a ver una película para evadirse de la realidad cotidiana.

Sin embargo, la tendencia dominante en la cinematografía de la época ofrecía justamente lo contrario: un análisis casi obsesivo y documental de lo que estaba sucediendo en la calle en aquellos momentos. Indudablemente, el espectador se identificaba con los personajes y situaciones que veía en pantalla. "Roma, ciudad abierta" (1945) es junto a "Ladrón de bicicletas" (1948) de Vittorio de Sica, la película más significativa de este movimiento.

En 1940, extasiado por los fulminantes éxitos de la Werchmatch en Europa, Mussolini, temiendo llegar tarde al reparto del continente, decidió la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial. Su participación fue en desastre, ya que el Ejército italiano no se hallaba preparado para afrontar una contienda de esas características.

En 1943 los Aliados pusieron pie en Europa e iniciaron su invasión desde Sicilia. Los acontecimientos se precipitaron y el país quedó dividido en dos: el sur, liberado por americanos y británicos y el norte, controlado por los alemanes (a través de un Estado títere gobernado por Mussolini, que se hacía llamar República Social Italiana). Las redadas contra judíos y disidentes estaban a la orden del día. En este clima, miles de personas se unieron a la resistencia, en lo que puede considerarse una auténtica guerra civil entre italianos.

Desde luego, no resulta sorprendente que la atmósfera de la película esté tan conseguida, ya que se rodaba en el lugar de los hechos pocos meses después de la liberación y por personas que habían sido testigos de los mismos. Al espectador se le transmite la mezcla de hartazgo y desesperación que provocaba la prolongación de la guerra y la despiadada ocupación de los nazis.

Los aliados estaban en aquellos momentos empantanados en la sangrienta batalla de Montecassino, al sur de Roma y los únicos indicios que recibían los romanos de su cercanía eran esporádicos bombardeos, que provocaban muertos inocentes y destrucción en los barrios más populares. No obstante, y por suerte, la ciudad eterna no fue de las más afectadas en la Segunda Guerra Mundial, aunque sí que sufrió en sus carnes el hambre, la miseria y el desprecio del ejército alemán, que consideraba al italiano miembro de una raza inferior, tal y como había probado su actuación en la guerra.

El clima en la capital italiana era de máxima tensión para los alemanes. A la amenaza de invasión inminente por parte de los Aliados (que fracasaron en un intento de desembarco cerca de Roma, la llamada batalla deAnzio), se sumaban los atentados casi diarios por parte de la resistencia, a los que se consideraba meramente terroristas y cuyos miembros, al ser capturados, eran torturados y ejecutados sin piedad por parte de la Gestapo. Las represalias de los alemanes eran realmente brutales.

Aún escuece en Italia la famosa matanza de las fosas Ardeatinas, en la que fueron ejecutados 335 civiles italianos en venganza por la muerte de 33 miembros de las SS en la vía Rasella de Roma. La ciudad fue finalmente liberada un día antes del desembarco de Normandía, el 5 de junio de 1944.

La obra maestra de Rossellini parte de este escenario para contarnos la historia de dos colaboradores de la resistencia: Manfredi, un dirigente clandestino que es salvajemente torturado por la Gestapo para que delate a sus compañeros y el padre Pietro, un cura valiente que será fusilado. El director no ahorra detalles de los terribles suplicios de Manfredi, que se aparece al espectador como un nuevo Jesucristo que se enfrenta heroicamente a las fuerzas opresoras.

Es posible que resulte extraño para un espectador que conozca un poco la historia observar a prácticamente toda la población romana conspirando de un modo u otro contra los alemanes, cuando hasta hacía poco habían celebrado a Mussolini, pero hay que tener en cuenta que los nazis eran unos maestros en el arte de granjearse antipatías, ya su método de gobierno en los países ocupados no solía ser la colaboración con la población, sino el establecimiento de un régimen de terror que paralizara las ansias de resistencia.

Es evidente que tal fórmula erró, sobre todo cuando los vientos de la guerra empezaron a soplar a favor de los Aliados, por lo que las filas de la resistencia en Italia, al igual que en el resto de los países ocupados, se nutrieron en la misma proporción que iban desapareciendo los colaboracionistas. Ya lo advierte el único oficial alemán que, borracho, se ve dotado de una extraña lucidez para decir lo que realmente piensa: que los alemanes van a terminar aniquilados por el odio que han ido generando, a la vez que destroza el mito de la raza superior.

"Roma, ciudad abierta", constituye en suma un hermoso homenaje a la resistencia y un recuerdo a los héroes cuyos cadáveres estaban todavía calientes. Un testimonio de la contienda mundial que funciona casi como un documental y que impresiona al espectador por su mirada descarnada y cruelmente realista.