El golpe de Estado del 23 de febrero constituye un hecho capital de la historia reciente de España, rememorado a menudo por personas de distintas generaciones que fueron testigos de la intentona de Tejero que, como el propio Cercas recuerda, sólo se retransmitió en directo por la radio, ya que las imágenes de televisión solo pudieron verse al día siguiente. El autor de este texto contaba con siete años por aquel entonces, por lo que sus recuerdos son muy borrosos. Evidentemente, nada entendía de lo que estaba sucediendo, aunque sí que pudo intuir que debía tratarse de algo grave, dado el nerviosismo de sus padres aquella tarde-noche.

El autor cuenta que en principio quiso escribir una novela ambientada en aquellos días, pero la visión de las imágenes del asalto al Congreso le fascinó de tal manera que decidió redactar un ensayo para tratar de descifrar el significado de aquellos hechos y de las actitudes de los protagonistas. Como se sabe, ante el tiroteo desatado solo hubo tres diputados que no se tiraron al suelo: Gutiérrez Mellado, Suárez y Carrillo, tres personajes contradictorios, llenos de luces y sombras pero que, ante el momento decisivo, ante la prueba definitiva de sus vidas, supieron comportarse con gran dignidad, quizá salvando el honor de un país que no reaccionó ante el golpe de Estado, sino que se limitó a esperar su desenlace.

Manuel Gutierrez Mellado fue un militar que en su juventud luchó en el bando nacional. Quizá para redimirse, sus útimos años estuvieron dedicados a apuntalar la democracia como vicepresidente en el gobierno de Suárez. Santiago Carrillo dejó de lado toda una vida dedicada al fín último de lograr la dictadura del proletariado para abrazar la democracia, constituyendo en pos de ese objetivo una extraña pareja con Suárez. Adolfo Suárez, tras una fulgurante carrera en Falange, fue nombrado por el Rey presidente del gobierno como político idóneo para pilotar la transición a la democracia. Realizado con brillantez dicho cometido, quiso seguir en el gobierno más allá de su misión primigenia, ganándose numerosos enemigos durante esos años. Tantos, que a principios de 1981 estaba prácticamente solo y consumido como político. Las palabras que le dedicó el Rey cuando presentó su dimisión fueron antológicas y muy reveladoras: "Sabino, éste se va".

Los tres son definidos como "héroes de la retirada" (según denominación deHans Magnus Enzensberger en un artículo publicado el 25 de diciembre de 1989 en El País), pues tuvieron la grandeza de traicionar sus principios más sagrados, porque era lo que se necesitaba en ese momento para construir la democracia: "A veces solo se puede ser leal al presente traicionando al pasado. A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de coraje, pero otras veces es una forma de cobardía. (...) Necesitamos una ética de la traición. El héroe de la retirada es un héroe de la traición." (pag. 274).

Es muy cierto que cuando se evoca el golpe del 23 de febrero irremediablemente se viene a la mente la entrada de Tejero al Congreso y las inolvidables imágenes de Suárez y Gutierrez Mellado haciendo frente a los golpistas. El libro, pese a describir magistralmente y con todo detalle esos hechos, no se queda ahí, sino que los interpreta y los encaja con toda lógica en la secuencia de hechos precedentes. En realidad el golpe estaba coordinado solo a medias. Tejero quería volver a las esencias del franquismo, al igual que Milans del Bosch, que fue el único general que sacó los tanques a la calle. La división Brunete, en Madrid, hizo salir a parte de sus efectivos, pero pronto volvieron al cuartel.
Armada, el verdadero cerebro del golpe, buscaba lo que se denomina un "golpe blando" Pretendía acudir al Congreso en nombre del Rey y negociar con los diputados su liberación a cambio de presidir un gobierno de salvación nacional, integrado por todos los partidos políticos. Solo la patética discusión con Tejero, a las puertas del hemiciclo hizo fracasar la operación. Tejero se dio cuenta de que había sido utilizado y prefirió que todo fracasara antes que mancillar su honor. El discurso televisado del Rey hizo el resto. A pesar de permanecer toda la noche a la expectativa, ningún general se atrevió a levantarse contra el orden constitucional. Al igual que el resto de la ciudadanía y organizaciones sociales esperaron hasta saber en qué dirección iba a soplar el viento definitivamente esa noche. Nadie quiso arriesgar lo más mínimo. El recuerdo de la Guerra Civil estaba todavía muy vivo.

Tuvo que ser a través de la dura prueba de un golpe de Estado como se consolidó la joven democracia española. Todas las intrigas e irresponsabilidades precedentes desembocaron en un momento dramático, que solo fracasó por la ineptitud de sus organizadores. Javier Cercas ha construido un relato sólido y magistral que abarca los precedentes y consecuencias del golpe a partir del analísis minucioso y casi científico de las imágenes recogidas por Televisión Española. Como ciudadano de este país, el autor de este artículo ha conocido detalles de la historia española de los que no tenía noticia y ha comprendido mucho mejor las motivaciones de los actos de los protagonistas de aquellos años. Además, la escritura de Cercas es elegante y cristalina: no hay oscuridades en su texto que al final, aunque en principio no lo pretendía, constituye un merecido homenaje al presidente Suárez y a su gesto: "(...)permaneciendo en su escaño mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo durante la tarde del 23 de febrero, Suárez no sólo se redimía él, sino que de algún modo redimía a todo su país de haber colaborado masivamente con el Franquismo. Quién sabe: quizá por eso - quizá también por eso - Suárez no se tiró". (pag. 385).