martes, 29 de septiembre de 2009

SEGOVIA.


Segovia no es solo su acueducto y su alcázar. En mis anteriores y precipitadas visitas eso había creído, pero ahora he podido disfrutar de la ciudad con mucho más sosiego y libertad.

He de decir que me ha gustado un poco más que Ávila, no porque sea más hermosa sino porque es más heterogénea, con un centro histórico mucho más vivo. Ávila es como un museo al aire libre. En Segovia el centro es un espacio compartido entre nativos y foráneos.

Recuerdo que en el colegio leímos una vez un relato que se refería al acueducto de Segovia como una obra del diablo. Las pequeñas hendiduras de las piedras serían las marcas de sus dedos. Cuando lo ví por primera vez descubrí que realmente esas curiosas hendiduras horadaban la piedra. En ese momento también me contaron que las piedras no están unidas por ningún tipo de argamasa, sino que están colocadas con precisión milimétrica para sostener el conjunto. Y así sigue desde hace dos mil años, capaz de cumplir su función como el primer día.

La calle que lleva a la Plaza Mayor contiene magníficos ejemplos de arquitectura civil y religiosa, muy bien conservados. No en vano, su conjunto monumental es Patrimonio de la Humanidad. El paseo culmina en el espectacular Alcázar que, evidentemente, como la mayoría de las fortalezas, ha sufrido diversas modificaciones a través de los siglos. Según se dice, el aspecto actual del monumento inspiró a Walt Disney el castillo de Cenicienta. Desde luego, su visión produce cierta reminiscencia de las fotos que todos hemos visto de Disneyworld. Las vistas panorámicas desde la zona son muy atractivas. Y una pequeña iglesia que se puede divisar desde allí será la próxima protagonista de estas modestas crónicas.

No puedo dejar de recomendar un paseo por la judería segoviana al anochecer, descubriendo los rincones en los que vivían los miembros de esta comunidad, que tan ignominiosamente fue expulsada de los reinos que constituían nuestro país. Con la caída del Sol las tranquilas y estrechas calles desprenden un aura de misterio, como si sus antiguos habitantes siguieran viviendo en sus casas.

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