martes, 1 de septiembre de 2009

DE VUELTA.


Después de diez días de viaje absolutamente relajante, en los que he conseguido olvidarme de todo, aquí estoy de vuelta, con las pilas cargadas, como debe estar uno al inicio de la temporada. La felicidad del viaje consiste en que nos alejamos de nuestra cotidianidad y en cierto modo volvemos a maravillarnos con nuevos descubrimientos, con una mirada que tiene muchas similitudes con la de nuestra infancia, cuando todo era novedoso y aún no habíamos perdido nuestra capacidad de sorprendernos.

El primer día fue realmente agotador, pues conduje mil kilómetros desde Málaga a Avilés, haciendo parada en el pueblecito vallisoletano de Urueña. Urueña es una villa medieval rodeada de murallas que fue reavivada por la Junta de Castilla-León, transformándola en "Villa del libro". Sus callejones están repletos de preciosas librerías y su centro neurálgico es un museo dedicado al libro. Al reanudar el viaje me resultaron especialmente grandiosas las montañas que dan la bienvenida al viajero que entra en Asturias desde León, por el puerto de Pajares. Los carteles de la carretera advertían al conductor de que estuviera atento a la carretera, y con razón. La belleza de esas cumbres, de un verde al que uno, procedente del sur, no está acostumbrado, desvían inevitablemente la atención y seguramente tales despistes han dado lugar a más de un accidente.

Las afueras de Avilés dan buena fe del pasado y presente industrial de esta villa. Grandes plantas siderúrgicas y mineras jalonan el camino, aunque muchas de ellas se encuentran ya en desuso. Tales plantas eran la cara y la cruz para los habitantes de Avilés. La cara, porque proporcionaban trabajo y prosperidad. La cruz, porque convirtieron a la localidad en una de las más contaminadas de Europa.

El centro de Avilés muestra la cara más amable de la población. Puede recorrerse en pocos minutos y muchas de sus calles son peatonales, pero no está exento de puntos de interés, como la Plaza del Ayuntamiento o la misma Iglesia donde se celebró la boda a la que acudí, como bien adivinó un anónimo comentarista en la anterior entrada. Se trata de San Nicolás de Bari, un templo del siglo XII de estilo románico, realizado enteramente de piedra. Me satisfizo especialmente que los novios fueran recibidos por mis admirados gaiteros, en vez de por los coros rocieros al uso en Andalucía.

Lo cierto es que nunca he comido tanto y tan bueno en una boda ni en ninguna otra ocasión. El banquete se celebró en el Palacio Ferrera, al lado de la iglesia, una construcción de la misma época. En sus magníficos jardines se sirvió un aperitivo de exquisitices asturianas. Solo fue la punta del iceberg del pantagruélico menú que vendría después, repleto de mariscos, pescados y la mejor carne de la tierra. Una noche muy agradable y de muchas risas. ¡Felicidades a los novios! Y muchas gracias por su regalo, tan hermoso y retorcido a la vez.

El día siguiente lo dedicamos, aparte de a hacer la digestión, a visitar la costa asturiana, de cuya belleza tienen una pequeña muestra en la foto. Estuvimos en el cabo Peñas, un gran saliente rocoso, a la vez que parque natural dotado de magníficas vistas al cantábrico y en una playa cercana, enorme extensión de arena regida por un persistente ritmo de subidas y bajadas de marea, lo que hace que los que acuden a tomar el Sol lo hagan a varios centenares de metros de la orilla.

La tarde la pasamos en Gijón y aún tuve estómago para probar uno de los dulces de la antigua confitería Collada. Una auténtica delicia. Gijón es una ciudad sorprendente, que vive de cara al mar, con un extensísimo paseo marítimo donde es un gusto pasear y un casco histórico muy bien conservado. Tuvimos la oportunidad de dar un paseo en un barco que recorre la costa, por lo que pudimos hacernos una idea de la extensión de la ciudad, dominada por el cerro de Santa Catalina donde destaca el emblemático "Elogio del horizonte", de Eduardo Chillida.

2 comentarios:

  1. Hola!!! soy una compañera del club de lectura de Cincoechegaray y te escribo para decirte que el libro para este mes es Relatos autobiográficos, de Thomas Bernhard, y no el de Cisnes salvajes, que lo preferiría, la verdad. En fin, que no sé donde radica el error, pero yo me lo compré la semana pasada... Ahh!! bonito viaje

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  2. Pues parece ser que tienes razón, compañera. Con las ganas que tenía de leer a Thomas Bernhard... En seguida rectifico el error. Un cordial saludo.

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