jueves, 12 de febrero de 2009

REPULSIÓN


(Relato de esta semana en la tertulia de la Casa de las Palabras).

Despertó en mitad de un páramo helado. El frío le cortaba la respiración. Sus ropas estaban hechas jirones y parcialmente quemadas. Lentamente y con un dolor infinito, se fue levantando y oteó un panorama desolador. Veía cadáveres desangrándose en todas las posturas, máquinas de guerra destruidas, algunas todavía ardiendo. En el suelo aparecía una intrincada red dibujada por el desplazamiento de los carros de combate.

Intentó dar algunos pasos, pero se tambaleaba. Sentía las piernas carentes de vida. No comprendía nada. Volvió a desplomarse y perdió el conocimiento.

Despertó envuelto en una manta. Agudos dolores le recorrían las extremidades inferiores. Echó un vistazo a su alrededor. A su izquierda encontró un contenedor de basura, lleno de piernas y brazos, que exhalaba un olor nauseabundo. Se palpó y comprobó horrorizado que sus piernas debían formar parte del montón, pués se halló dos muñones. A su alrededor oía terribles lamentos y maldiciones. Las paredes estaban manchadas por salpicones de sangre, al igual que el suelo. Aquel lugar olía a muerte y podredumbre. Seguía sin poder explicarse nada.

Esa tarde le visitó un cirujano, todavía con la mascarilla puesta y una mirada extraviada, probablemente provocada por muchos días de insomnio. "No hemos podido salvar sus piernas, pero no tememos por su vida. Le he podido conseguir unas muletas para que deje su cama cuanto antes. Mientras tanto, ahí tiene una escupidera para sus necesidades. No puedo hacer más". El cirujano desapareció de su campo de visión tan rápidamente como había llegado. Ni siquiera pudo preguntarle donde se encontraba. De cualquier modo, los esfuerzos que seguía realizando para recordar por qué había despertado en un campo de batalla eran en vano. Ni siquiera sabía quienes combatía y a qué ejército pertenecía él. Cerró los ojos y se limitó a esperar. Sus dolores le atormentaban de manera tal que le impedían pensar con claridad.

Una mañana observó algo que le pareció familiar. Junto a su lecho pasó un oficial de uniforme. Una imagen le vino a la cabeza de inmediato. Era el uniforme del enemigo. Sintió como una catarata de recuerdos inundaba su mente. Los aviones del enemigo bombardeando su ciudad. Soldados del enemigo violando a su mujer. Lucha encarnizada contra el enemigo. Una intensa repulsión le embargó. Sintió repentinos deseos de levantarse, partirle el cráneo con la muleta al oficial, tomar su pistola y disparar indiscriminadamente. Sacando fuerzas de flaqueza se incorporó sobre sus muletas y se dirigió hacia él. Se paró y le miró a los ojos. El otro, sintiéndose observado, le espetó: "Soldado, es usted un valiente". Siguió mirándole. Sabía que contaba con fuerzas suficientes, las engendradas por el odio, para realizar lo planeado, pero no pudo hacerlo. Solo saludó al oficial con un leve movimiento de cabeza y salió de la habitación. Andar con las muletas no le costaba nada, sus brazos eran fuertes y era un hombre acostumbrado a las dificultades. Siguió andando sin mirar atrás, salió al exterior y abandonó lentamente la ciudad. No quería mirar a su espalda. Atrás quedaba el pasado. Solo quería avanzar hacia su futuro.

4 comentarios:

  1. Una visión estremecedora del horror y el sinsentido de la guerra. El concepto "enemigo" se diluye. No hay vencedores. Sólo víctimas y desolación. El soldado abandonando la ciudad arrasada sobre sus muletas y el macabro espectáculo del hospital son magníficas muestras de ello. Enhorabuena.

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  2. Bueno, muchas gracias. Le has encontrado un sentido a un relato que escribí erráticamente y deprisa, por tener algo para la tertulia de ayer. Un beso muy fuerte.

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  3. Buen relato, Miguel. El tono severo de la narración es ideal. veo que en las dificultades de inspiración por los problemas que ambos sabemos, acudes a tu fuente preferida: el tema de la guerra y sus crueles paradojas. Que te da exceletes frutos literarios como el que acabo de leer.
    Un abrazo.

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  4. Gracias, Franjamares, pero yo estoy infinitamente más orgulloso del relato de "El monje" que de este. Además, con una mudanza por medio, es difícil ponerse a escribir, aunque se intenta. Abrazos.

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