martes, 23 de diciembre de 2008

ANIVERSARIO



(Mini-relato leído en la fiesta de aniversario de la Casa de las Palabras, hace un mes)

El día de mi treinta y cinco cumpleaños me levanté exultante, lleno de vigor y energía juvenil. Como todas las mañanas me dirigí al aseo para acicalarme. Me ahorraré la descripción de la habitación, pues, aunque estoy utilizando la letra más pequeña que me permite el ordenador, me exigen que escriba sólo media página y aquí son muy estrictos para esas cosas y los castigos por incumplimiento, severos. Digamos únicamente que, al mirarme en el espejo, no me reconocí en la imagen reflejada. Desde el otro lado un otro yo mucho más viejo y corrupto, con arrugas y pelo completamente blanco me sonreía burlonamente. "Buenos días", me dijo con toda formalidad. "Pero ¿quién eres tú que usurpas de esa manera mi imagen? Ese no soy yo. Yo conservo aún mi vigor adolescente. Además, me encuentro todavía en la mitad de la vida."

La imagen me señalaba, riéndose, "¿La mitad de la vida? Estás siendo muy optimista. Digamos que ya sobrepasaste la mitad hace tiempo, por ser generososos. Las ves venir muy felices ¿verdad?, pues prepárate a afrontar la vida que te resta. Si crees que has vivido aventuras hasta el día de hoy, prepárate para la vertiginosa montaña rusa en que se va a convertir tu vida a partir de ahora. Con decirte que yo soy tu imagen de dentro de cinco años... Vas a tener que dejar de leer esos ridículos libros burgueses del siglo XIX que te recomiendan tus amigotes de la Casa de las Palabras y pasarte a los libros de autoayuda..." Yo le observaba cada vez más aterrorizado: "¿Libros de autoayuda? ¡Cualquier cosa menos eso! ¡Antes me suicido!". "Hay libros para eso también", contestó la imagen, cada vez más guasona.

Ante tan terribles palabras, opté por darle la espalda a ese reflejo suavón y peinarme y vestirme sin su ayuda. Desde entonces vivo en un permanente estado de excepción en casa, ante la posibilidad de que la imagen se materialice y escape de su prisión. Cuando entro al baño, lo hago arrastrándome para no verme en el espejo y orino desde un ángulo muerto desde donde no me reflejo. La gente empieza a encontrarme más estropeado y con el pelo un poco revuelto por las mañanas. He decidido pelarme al cero, dejarme luengas barbas y convertirme en un profeta de malos augurios. Luego instalaré otro espejo en la pared de enfrente, para que la imagen pueda verse reflejada a sí misma y se horrorice tanto como yo...

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